Los primeros cinco minutos de conversación no los registré. Tal vez porque gran parte del tiempo estuvimos callados o evitando lo que debía suceder. Pero una vez agotado el diálogo casual, me dijo:
- Andre, quiero pedirte perdón. No supe aprovechar mi oportunidad y estoy arrepentida. ¿Creés que exista otra chance para nosotros?
- Me sorprendés. A lo largo de nuestra historia siempre escuché acusaciones por cobarde y otras por el estilo. No hice más que defenderme y resulta que ahora ¿la culpable sos vos? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
- No te confundas, no dejé de pensar que sos un cagón. Que no te sabes jugar por lo que querés. Que mientras todo se mantiene en el plano de la conquista sos el tipo más feliz, carismático y ganador pero un día tus sentimientos se comprometen y el empuje desaparece. Te inmovilizás. Como si los motivos que te hicieron acercarte a mí hubieran desaparecido. Yo siempre fui la misma persona Andrés. Eso significa que seguramente me idealizaste como hacen todos los idiotas superficiales de los que no te podés diferenciar. Tenés una gran dificultad para relacionarte cuando la relación pesa un poco más que un par de horas de nostalgia. ¿Te acordás cuando me querías convencer para que te de una oportunidad? ¿Que te referías a mi distancia como una protección imparcial y contra todos? Te equivocabas, la realidad es que mi defensa no era para todos, era para tipos como vos. Tipos que parecen en movimiento pero que si te dedicás a estudiarlos un poco más, te das cuenta que hace años que están siempre en el mismo lugar.
- ¿Ves? Otra vez me estás atacando. ¿Para esto llamaste? ¿Y el perdón del que me hablabas?
- Dejá de hacerte la víctima cagón. Ambos somos culpables.
- ¿Ah sí? A ver…
- Mi error fue actuar a favor de tu miedo. Me paralizó. Me sentí en un terreno desconocido. Donde mi compañero, que no paró de insistirme para que jugara y arriesgara, de repente soltó mi mano y me quedé sola. Y en lugar de recordar los motivos por los que decidí entrar a jugar con vos, no tomé responsabilidad por mi decisión y pretendí volver para atrás. Ese acto lo único que demuestra es que yo no hubiera hecho todo lo que hice sin tu insistencia. Y la verdad es que eso, además de falso, es patético. Yo quería estar con vos, lo supe al poco tiempo. Pero no me animé a avanzar. Esperé a que vos presionaras. Necesitaba seguridad, casi caprichosamente. Los motivos ya eran evidentes y me concentré en los detalles accesorios que no garantizaban nada. Quería que insistieras. Sentía, ingenuamente, como todas las mujeres, que solo así me revelarías lo que significo para vos.
- Es verdad y además….
- Te pido que me dejes hablar. Es importante que me escuches. Lo que tendría que haber hecho es lo mismo que hiciste vos, pero de verdad. Buscarte, convencerte. Encontrar un modo femenino para que no retrocedieras. Haciendo lo mismo que hacías vos por mí: alegrando mi día. Sumando.
- ¡Claro!
- ¡Callate idiota! Y escuchá de una vez. Es fácil entender que esa es la respuesta, lo difícil es llevarlo adelante cuando estás enamorada. Vos jugabas conmigo y con otras minitas a la vez. Te chupaba un huevo, en ese entonces, era una conquista, algo que si se daba bien y si no, también. ¿Quién no tiene gracia y elocuencia en un momento así? Difícil es tratar de sumarle al otro sabiendo que si sale mal te llenás de dolor. Es como hacer un espectáculo de bufón mientras te apuntan con un arma a la cabeza. Algo que nunca en tu puta vida seguro intentaste. Pero no importa, como te dije no te llamé para culparte. Al final, yo tampoco pude hacer todo lo que pretendía que vos hicieras. No me entregué, solo especulé. Por eso te pido perdón. A nuestra relación le faltó, al menos, un hombre. Un valiente que supiera conducirla de inicio a fin. Y no puedo pretender que des algo que yo no estuve dispuesta a dar. Te agredí sin inspeccionarme. Tengo razón en todo lo que te dije pero debería haber sido un castigo para ambos y no solo para vos.
Nos quedamos en silencio de nuevo. No sabía bien qué decirle. O sí sabía, pero sentía que sería demasiado doloroso. De todas formas, traté de animarme, se merecía la verdad después de semejante exposición.
- Flor, estoy de acuerdo con lo que decís. Y podría pasarme media hora dándote diferentes explicaciones de cosas que dejaste de hacer y por las que me desencanté. Pero creo que eso sería poco honesto. La verdad es que no estoy enamorado, no se si alguna vez lo estuve. Algo falta que entre nosotros no sucede.
- Sos patético, la verdad. Andrés, ¿cuántas veces te enamoraste desde que cortaste con tu ex? Ninguna. Hace más de tres años que solo vivís enamorado de historias de fantasía o vivís historias reales e interesantes pero sin estarlo. Lo que inhibe tu enamoramiento es precisamente eso: que las historias sean reales, posibles. Voy a hacer lo que me enseñaste, ¿sabés?, te voy a silenciar como a un televisor y te voy a contar lo que deja ver la imagen: desde que me conociste, no te separaste de mi lado. Si te dejo de hablar, me buscás. Si estás triste o contento, te gusta compartir esos momentos conmigo. Invertís el mismo tiempo en cogerme que en contarme de tu vida. Si te digo que ayer me cogí a un flaco, hoy no podrías tocarme un pelo por los celos. Me llevaste a compartir las cosas que más te gustan de la vida... No sé Andrés, la verdad es que si miro a otras parejas enamoradas, leo un libro o miro una película, más allá del “te amo”, los involucrados se comportan igual que vos. Así que no me queda otra cosa que pensar que, adolescente como sos, no entendés la diferencia entre un amor de fantasía y un amor de verdad.
- ¿Sabés qué? Tenés razón. Voy a jugar en tu vereda. Estaba enamorado. Te vi y me encantaste y a medida que empecé a conocerte, mucho más. Me abrí con vos como nunca me abrí en este tiempo a nadie. Compartí más tiempo con vos que con mi familia. Te conté todo, nunca fui tan transparente y honesto. Hasta adoptamos un lenguaje propio. Era perfecto. ¿Y entonces? ¿Qué pasó?
- No se, ¡decime vos!
- ¿El cagón de Andrés dejó de moverse? ¿O la cagona de Florencia se dejó llevar pero nunca se dejó de cuidar? Flor, vos no me tenés que pedir perdón a mí. Vos solo tenés que pedirte perdón a vos misma. Por haber especulado, por actuar en función del otro y no en función de tus propias ideas y deseos. Por no terminar de decidir lo que querés y esperar a ver qué quiere el otro. Si sabés que lo que más te enamora es la entrega y la aparente incondicinalidad, ¿cómo no me la regalaste? Si me amabas o me amás ¿por que no hiciste todo lo que estaba a tu alcance? ¿Eh? ¿Por qué no estabas segura? Nadie está seguro. La diferencia es que, envueltos en esa inseguridad, otros actuamos igual. Asumimos que las cosas pueden ir mal, pero apostamos a que vayan bien. Porque la vida sin esa apuesta es una vida sin emociones.
- Estás loco…
- Ahora dejame hablar a mí. Estás tan acostumbrada a que mueran por vos, los superficiales que van tras tu aspecto y lo que hacés, que te olvidaste que detrás de tu pasividad hay un mundo de acciones que deben tener lugar para que las personas que van tras algo más se enamoren. Y tu poder de decisión es el responsable de todas esas acciones. Viviste una vida de decisiones basadas en escenarios de certidumbre. Y cuando te gustó alguien que por primera vez en la vida te conquistó sin regalar promesas, no sabés qué garcha hacer.
- …
- Y encima, te acomodaste a mi vida. En lugar de mandarme bien a cagar, te adaptás. Por eso nunca terminamos, porque nunca empezamos. Las relaciones se dan cuando hay límites para ambos, si el límite lo percibe uno solo, no hay relación. Por cómo me describís, aún me crees el mejor ser de este mundo. Y si así fuera, ese ser estaría a tu lado. Tenés que cambiar el lente con el que me mirás. No se si lo podés entender así, pero el amor tiene dos caras: la percepción, lo que el otro es y representa; y la recepción, lo que el otro da por nosotros. Ambas cosas tienen que estar en perfecta armonía. Si falla la primera es probable que nos sigan gustando otras personas, en cambio, si la que falla es la segunda seguramente vivamos sumidos en la tristeza. ¿Cómo te sentís?
- Triste.
- Hace tiempo que dejé de dar lo que di al principio y te quedaste igual. ¿Y sabés por qué te quedaste? Porque no diste lo que tenías que dar en su momento. Cuando uno se entrega, hace todo y lo mejor que puede. Y si no encuentra lo que busca, tira la toalla, abandona, pero en paz. Sabemos que no había nada más por hacer. Ahora, si no hicimos todo lo posible, aunque el otro ya no nos busque, lo pendiente, lo inconcluso, lo que podría haber sido, nos atormenta para siempre. Y perdura hasta que algún día te la juegues de verdad sin considerar lo que yo sienta. Absolutamente fiel a vos misma. ¿Te animás cagona? ¿Tenés el coraje para decirme lo que sentís? Esa es la única manera que, tal vez, me obligue a decidir.
Nos quedamos en silencio… no sé cómo se sentió ella, pero yo estaba arruinado. Me dolía todo. Fue un arranque emocional que nunca se detuvo. ¿Habrá servido de algo decir todo eso? ¿Qué importaba? Ya no quedan palabras por guardar. Luego de casi un minuto, le pregunté:
- ¿Estás ahí?
- Si, acá estoy.
- En fin, no se qué más decirte.
- Yo tampoco.
- Que descanses Flor…
- Adiós.