- No te sigo…
- Claro, me estás poniendo en un lugar incorrecto, con el que no me identifico. Me caracterizas como omnipotente, como que vendo el “nada me afecta” y no es así, para nada. Mi problema pasa por otro lado.
- ¿Por cuál? A ver, explicame.
- No lo sé bien todavía.
- ¿Por qué no empezas por contarme esas cosas que sí te afectan?
- …
- Ale, ya te repetí varias veces que detrás de la soberbia hay siempre una carencia. Es ley. En todos los casos. No sé cuál es la tuya, pero que la hay, la hay.
- ¿Y cuál es tu carencia?
- ¿Perdón? Yo soy tu terapeuta. No es pertinente que hablemos de mis carencias. Pero quedate tranquilo que las tengo.
- ¿Qué tiene que ver? Esa forma tuya de expresarte, con tanta diplomacia, no oculta una actitud como de superación frente a los demás. ¿Acaso no lo ves?
- Ale, esa superación de la que hablás es justamente la que vos transmitís.
- No te entiendo, ¿por qué lo decís?
- Porque no hay dudas en tu discurso, no hay interrogantes. Hasta tus peores frustraciones están explicadas por vos. ¿Para qué me necesitas? Cuando empezamos, me dijiste que te sentías solo, que tu intención en esta terapia era reencausarte en un estilo de vida que fomente la unión en lugar del aislamiento. Sin embargo, todo lo que has hecho desde que empezamos es argumentar a favor de tus elecciones. Ahora me pregunto, ¿qué sentido tiene darle lugar a un tercero, en este caso a mí, para que te ayude a destruir una estructura mal formada si, cuando llega el momento, terminás evadiendo el problema? No veo que estemos avanzando… me parece deberíamos suspender las sesiones por unos meses y esperar a ver cómo te sentís, tal vez otro analista te puede ayudar más o tal vez no estás hecho para el análisis. Mi percepción es que aún no estás convencido de éste análisis en particular. Ni del análisis en general.
- ¿Me das un ejemplo?
- Sabés muy bien de qué hablo. Y como esto no se trata únicamente de un trabajo para mí, me veo en la obligación de decirte que no estoy pudiendo ayudarte, Tenés dos opciones, o me decís el motivo real por el cual pensás que estás acá, y me permitís decidir a mí si realmente quiero ser parte de esto o no, o tratás de volcar algo de esta realidad en ámbitos donde sólo vos estés en juego: escribir, producir, emular a tu gran héroe televisivo, etcétera. Si no esta hora semanal termina convirtiéndome en cómplice de tus síntomas, y esto no te beneficia en absoluto.
- Sinceramente, no sabría por dónde empezar. Es verdad que no sólo estoy acá por los motivos que te enumeré en las primeras sesiones, pero creo que tampoco estoy listo para hablar de eso. Supongo que la única opción que me queda es tratar de blanquear mis emociones un poco más.
- Sabes que pasa Ale, no es para que lo pienses, es para que decidas ahora.
- Está bien, te entendí. Explicame entonces, ¿cómo hago para demostrarte que estoy involucrado realmente con la terapia? Porque a decir verdad, no tengo idea. No termino de darme cuenta si me estoy ocultando o si estoy cerrando el juego. Supongo que puede ser cierto que descrea de una visión ajena sobre mi vida.
- ¿Y a qué viniste?
- Aún no me animo a meterme en ese tema. ¿Lo podemos dejar al costado por un tiempo? Prometo que si me guiás, voy a poner otra actitud.
- Ale, yo no estoy acá para darte una lección acerca de tu vida o como debés vivirla, esa es una ecuación personal. Mi trabajo no es lograr tu fe.
- Bueno… ¿Cómo puedo recomenzar?
- Una buena manera es reconocer aquellas cosas que te hacen sufrir, podemos empezar a pensar que todas esas reacciones grandilocuentes, esas certezas absolutas por las cuales te regís no son más que escudos para mantenerte protegido del terror. “¿Terror a qué?”, podrías preguntar y una aproximación sería que tenés mucho miedo a la incertidumbre porque la duda no es un lugar seguro, la duda desestructura. Pero a la vez deja en pie aquello con lo que contás. En las profundidades, todo se vuelve ley y esas leyes terminan siendo muy pocas. Vos cargás demasiadas, ¿no te parece que pueden no ser ciertas?
- No se.
- Ale, última oportunidad… aprovechala.