- ¿Por qué llorás?
- Sorry, no puedo hablar.
- ¿Dije algo malo?
- No… pero me acaban de romper el corazón, ¿sabés? Y no puedo dejar de pensar en eso. La historia que me contás, el gesto, esta forma en la que te acercaste hasta mí, todo lo que hiciste que suceda en unos minutos debería hacerme sentir especial, pero la verdad es que hoy sólo puedo desear a una persona, a una persona que me acaba de abandonar.
- ¿Cómo te llamás?
- Sol.
- Sol, no te olvidaré.
- Esperá. Vos, ¿cómo te llamás?
- Juan Cruz. Adiós, Sol. Fiel a mi promesa, acá nos separamos.
- Así que Juan Cruz ¿No pensás terminar con la historia?
- ¿Vos insistís?
- …
- Seguime y escuchá.
“Desconfió de sí misma, pensó que habría dejado la nota en otro lado, y en seguida el temor se potenció al imaginar que alguien podía haber entrado a la casa. Pero las ventanas estaban cerradas y a través de ellas, la luna llena iluminaba un bosque solitario. ´¿Qué me pasa?´, se preguntó mientras buscaba la nota con actitud de ansiosa desesperación.
Las agujas del sueño terminaron con su vigilia, sólo hasta que el frío de la noche la despertó. La leña con que calentaba la cabaña se había apagado. Se levantó en busca de su abrigo, con la intención de encender el hogar, temiendo que alguien estuviera jugando con ella.
En medio del silencio, agregó unos leños al fuego, caminó hasta la cocina para calentarse una sopa y cuando estuvo con la taza entre sus manos, levantó sus ojos y vio un gran fuego hamacándose a pocos metros de su jardín.
´Es él´, se entusiasmó. Con la cara iluminada, dejó la taza, abrió la puerta y corrió hacia la fogata. La calidez del aire acariciado por el fuego la reconfortó. “Definitivamente tiene que ser él”, pensó.
Esperó unos segundos. Y esperó más, palpitando. “¿Dónde estás ¿Quién sos? ¿Por qué no aparecés, por qué acechás?”, se cuestionó sin voz y comenzó a alejarse del fuego, lentamente, hasta que de pronto escuchó un portazo: su cabaña había quedado completamente cerrada, con las llaves del lado de adentro.
Se sentó sobre el pasto, con una sensación mezcla de desconsuelo y protección. Entre los aullidos de lobos y el crujir del fuego, escuchó cómo los arbustos que la rodeaban se movían. Se paró de un salto, tomó rápidamente una rama encendida, pero nadie apareció, nadie se acercó hasta ella y al cabo de unos minutos y casi sin poder ver, decidió acercarse.
- Hola –escuchó, por fin.
- ¿Quien está ahí? –preguntó enseguida.
- Quien te pretende –le respondió una voz de hombre pausada.
- Me estás asustando. ¿Dónde estás? ¿Quién sos?
- Prometí que sólo te revelaría algo más de mí si lograba hacerte sonreír otra vez.
- Pero mirá, mirame cómo estoy –aceleró su voz-. ¿Cómo creés que podría sonreír en una situación así?
- Está bien. Te voy a ayudar. Si caminás dos pasos hacia tu derecha, vas a chocarte con un abrigo de lana. Es mío, podés usarlo. Una vez que te encuentres confortable dentro de él, buscá en sus bolsillos, ahí encontrarás algunas herramientas que te ayudarán a abrir nuevamente tu pequeño castillo.
- ¿Por qué estás haciendo esto por mí? –dijo ella, inquieta.
- Todos debemos ser rescatados de alguna manera, y a mí me ha tocado rescatarte a ti.
Ella sonrío. Y al sonreír:
- ¿Me ves? Estoy sonriendo.
- Te veo, princesa. Qué descanses.
- ¡Esperá! ¿Qué más me vas a revelar de vos esta noche? Me permitiste conocer tu voz, puedo abrazar tu abrigo e imaginar el tamaño de tu espalda, pero me gustaría que me regales algo más, lo que sea, pero dame algo más, por favor.
- Está bien. Apagá tu rama encendida y caminá cinco pasos hacia adelante.
- ¿Qué voy a conocer?
- Vení, acercate unos pasos más.
- Pero decime, qué.
- Si mirás en la dirección que mira la luna, verás mis ojos que te miran, brillando por vos.
- Te veo, te estoy viendo pero, pará, no, ¿a dónde te vas ahora?
Algo había cambiado. La princesa abrió la puerta de la cabaña con facilidad y se acostó, invadida por una sensación de tranquilidad y protección. A la mañana siguiente, las confusiones comenzaron a desvanecerse, el acercamiento pausado le permitió disfrutar de lo que estaba pasando, sin presión.
´Hoy va a ser, tengo que encontrarlo, no sé en qué momento del día, pero es hoy´, pensó, entusiasmada, hasta que al abrir la ventana sus deseos se vieron envueltos por una terrible tormenta: la casa estaba bloqueada; las posibilidades, arruinadas.
Siguió lloviendo todo el día, toda la noche; al día siguiente y así, la princesa pasó una semana incomunicada, sin poder ir al pueblo y ese encierro que era común por la época del año, se convirtió aquella vez en una cadena enredada, desesperante y brutal.
Finalmente, luego de diez días, el sol reapareció. Había pasado demasiado para el poco tiempo que tenía su “cuento” con el extraño, pero la llama seguía encendida. La expectativa de conocerlo estaba intacta y así fue que salió a buscarlo. Durante aquellas jornadas de lluvia pensó que la mejor forma de encontrarlo sería yendo al pueblo. Mostrando su abrigo y sus herramientas, alguien iba a poder orientarla.
Tomó su caballo y salió. Cuando llegó, primero preguntó al comerciante de gallos que la miró invasor, atemorizado y se negó a contestarle. La vendedora de pieles reaccionó de forma similar y así, poco a poco y pregunta a pregunta, la fantasía de la princesa se convirtió en desilusión.
Decidió volver a su cabaña. Pasó el viaje imbuida en sus reflexiones, pensando lo peor, resignada a creer en que aquel hombre capaz de deslumbrarla fuera el mismo que causaba temor. Sin embargo, cuando estaba llegando a su casa, cuando sintió que sus ideas se sosegaban, decidió deshacerse de la situación: arrojó todas las pertenencias al camino y esbozó un quedo e introvertido chau.
Era casi de noche cuando divisó a lo lejos su cabaña y la invadió un nuevo sentimiento. Esta vez, le resultó extraño no escuchar los ladridos de su perro desde la distancia, y decidió dar una vuelta por detrás de su casa antes de abrir la puerta.
Rodeó la cabaña y no encontró nada. Se sonrió de alivio y cuando llegó a la puerta, notó que estaba abierta. En el mismo momento en que sintió su garganta ahuecarse, el caballo se levantó en dos patas, la tumbó y salió al galope.
Las lágrimas de hielo en sus ojos le evidenciaron terror. La princesa notó en ese instante que estaba sola, en medio de una noche opaca y silenciosa. Sola, e imposibilitada de acudir a nadie”.
- ¿Y? ¡Seguí!
- Hasta acá llego, Sol.
- ¿Qué? Me cambiaste la historia, Juan Cruz. Venías contando un cuento de princesas romántico y ahora se convirtió en la peor historia de terror. ¿Qué le estás haciendo a la princesa?
- Hay que improvisar, ese fue el clímax que me generaste vos cuando dijiste que deseabas a otra persona a tu lado.
- No vale, yo fui sincera.
- Y yo, a través de mi cuento, también. Es una improvisación y como tal se construye sobre mis emociones.
- Quiero saber cómo termina, no me vas a dejar así.
- Bien. Entonces, esta es mi propuesta, my lady: si mi historia te hace sonreír, al final deberás regalarme un beso. Ahora…
- Epa.
- Esperá. Digo que, ahora, si lográs contenerte o no logro crearte esa sensación, se podría decir que ganaste.
- ¿Por qué gané?
- Porque obtuviste un momento de entretenimiento sin tener que dar nada a cambio.
- Es feo eso que decís.
- No lo creo, vos sos la princesa de esta noche y yo soy quien decidió acercarse. Dado que soy quien te pretende, es mi deber generarte sensaciones. Vos fuiste clara y yo lo acepté de esa manera.
- Es verdad.
- Sabrás que tengo fe al final de este cuento. ¿Aceptás mi desafío, Sol?
- ¿Dónde estamos?
- En una plaza muy cerca de tu hotel.
- No sé, Juan…