martes, 20 de abril de 2010

Capítulo VIII: Las leyes de la reflexión

- Hola Tere.
- Sol, ¡qué cara!
- Sí, no estoy en mi mejor día.
- Raro en vos, me extraña. ¿A qué se debe?
- Tomar la decisión me está matando.

- ¿Pero estás decidida ya?
- No. Aunque no encuentro otra salida. Además, lo estoy empezando a ver con más frecuencia, otra vez.
- ¿Te pasa a visitar por el consultorio?
- Sí. Me está haciendo el mismo juego que al principio, y yo estoy cayendo de nuevo.
- ¿Volvió a pasar algo?
- No. Ni va a pasar. No voy a cometer dos veces el mismo error. Si decido hacer algo, será después de resolver las cosas.
- ¿Qué está pasando esta vez? Lo charlamos como un tema terminado.
- Se que no va, pero me doy cuenta en mis actitudes que aún me puede. Por ejemplo, el otro día volví al consultorio a escribir la tesis del postgrado que te comenté, que sabes que tengo colgada hace meses, y bastó con un toque de timbre, para que cuelgue todo y me vaya a comer algo con él. Sabés como soy con mis cosas, yo se como soy con mis cosas, y aunque me haga la boluda, me trate de convencer de que es manejable, me diga que ya lo pude ubicar en otro plano, la verdad es que me encuentro haciendo lo mismo que hacía antes, hasta que….
- Sol, seguís cometiendo el mismo error. No querés que sea él, preferís a uno sobre el otro de manera racional, no emocional, y ese es un error. Debe haber congruencia, y si no la hay, que suele pasar, tenés que ser consciente para aceptar lo que perdés en virtud de lo que ganás. El problema es que vos querés convencerte en lugar de resignar. La verdad te duele, te pesa y querés ajustarla. Preferís acomodar la verdad a tu vida, en lugar de acomodarte vos a la verdad.
- Lo se. Y también se que no hay futuro juntos. Es sólo un enganche. Ya lo hablamos. Es todo lo que mi marido no es. Voy a terminar chocándome contra el otro extremo de la pared. Pero mientras existe, Daniel queda en segundo plano. El se da cuenta, pero no sabe como remontarla. Me está agotando con esos manotazos de ahogado. Le contesto mal o le pongo caras que no se merece, delante de los chicos, probablemente producto de que estoy en el lugar equivocado y capaz hasta con la persona equivocada. Por eso no doy más, porque lo veo inminente y me tortura lo que estoy por causar.
- Me parece que acá hay dos cosas: por un lado el peso que tiene la decisión que estés por tomar, sobre todo por la cantidad de años que llevan juntos, y por el otro, la visión trágica que tenés sobre el otro. Estás por tomar una decisión que, en apariencia, no tiene un buen horizonte delante y, sin embargo, la tomás igual. Eso significa que, de alguna manera, sabés que es lo mejor. O al menos lo intuís. Que no sea el segundo, no significa que sea el primero. Creo que eso es lo que estás empezando a aceptar, y es muy bueno.
- Te juro que no doy más…
- Tranquila, estas cosas no son fáciles. Pensá cómo estabas antes y cómo estás ahora.
- Ya se, pero no tengo la misma fuerza que antes. Además, explicame: ¿cómo hago para decirle esto a Mati y a Caro? Me rompe el alma lastimarlos. De todos modos, aún no estoy segura. Por momentos ni yo me creo que pueda llegar a toma una decisión así. ¿Será porque ya me acobardé una vez?
- Seguramente. Pero me parece que antes menospreciabas más algunas decisiones o algunos sentimientos. O mejor dicho, tu omnipotencia no encontraba sus límites. Hoy las decisiones están pasando por un plano mucho más terrenal, o real.
- Ponele.
- “Ponele, ponele”… Siempre con esa respuesta. No cambiás más. Te veo más aliviada ahora... ¿Te sentís mejor?
- Sí. Gracias. ¿Te cuento una? Además de todo este mambo, ¿te dije que tengo un paciente en el que, a veces, pienso?
- ¡¿Cómo es eso?!
- Un pendejo arrogante que viene en plan de conquista…
- ¿Abiertamente?
- Sí, no tiene problema alguno. Es más, en la última sesión, me pidió que lo derive para invitarme a salir.
- ¿Cómo? Nunca mencionaste nada…
- Seee, es divertido. Es que no es nada relevante en realidad.
- Sí, veo… ¿Y por qué no aceptás?
- Tere, ¿más líos querés que me agregue? Además, es mi paciente, no lo estaría ayudando si hiciera eso… No se, tengo miedo de salirme de mi función. Me divierte, me hace reír pero en eso me corre de mi rol.
- ¿Cuál es su demanda de análisis? ¿Qué creés que está buscando?
- A ver, voy por orden, primero me vio en una fiesta, averiguó mis datos y se vino a hacer atender conmigo para levantarme. ¿Podés creer?
- ¿Y por qué me dijiste que te deja pensando?
- Creo que es un provocador… Se muestra armado y omnipotente. Tiene una respuesta para todo, siempre, y se me hace difícil acceder a su inconsciente, encontrar una fisura en su defensa. Mis intervenciones apuntan a vulnerarlo pero está muy resistente y su objetivo no se ha movido. Cuando vino por primera vez, supe que no estaba dispuesto a involucrarse en un análisis. Al poco tiempo lo acorralé y le dije que el tratamiento no avanzaría si él no cedía en su postura. Dejó de venir por unos meses y luego retomó, advirtiéndome que su objetivo inicial había sido levantarme pero que ahora estaba listo para comenzar una terapia. Mi error fue considerar que su verdad no tenía máscara. ¡A veces creo que me falta tanto por aprender en esta profesión, Tere! Y acá estoy ahora, con un paciente que me invita a salir y de quién me descubro hablando y pensando. Creo que mi propia omnipotencia…
- ¿Cómo?
-Ilusión de omnipotencia, claro, no pongas esa cara, ya se, siempre es una ilusión… ese es mi gran punto ciego, Tere. Su defensa es creerse seguro y absoluto en cuanta decisión tome u objetivo emprenda. Y mi error es considerar que puedo manejar la situación y salir airosa sin quedar involucrada en el intento. Los dos estamos obnubilados y me cuesta idear estrategias de intervención… ¿Cómo trabajo con mi paciente aquello de lo cual yo también padezco? Tengo miedo de ser negligente, pero también pienso que yo estoy todos los días sentada en ese sillón, en mi consultorio, promoviéndoles a mis pacientes que se hagan cargo de sus deseos, que se separen de la alienación mortificante que los une –¡los encadena!- al otro, que descubran que el vínculo con los otros puede establecerse de otro modo, más singular, más propio y menos esclavizante… ¿Y qué hago yo con todo eso? ¿Qué pasa con mis propias cadenas?
- Seguro que esta conclusión tiene mucho tiempo entre nosotras, pero es raro que este haya sido el desencadenante…
- No te rías, te lo voy a derivar. Mirá que la última vez me pidió que lo derive así me invita a salir y no entramos en conflicto.
- Yo no tengo problema. La que parece que no quiere sos vos.
- …
- … ya que te quedarías sin excusas para salir, al menos, una vez. ¿No? Después me contás.

lunes, 12 de abril de 2010

Capítulo VII: Adictas a la responsabilidad

- Quiero invitarte a salir.
- Ale, sabés que es imposible.
- ¿Y si termináramos la relación paciente-analista y me derivaras, aceptarías al menos una cena conmigo?
- No.
- Y en ese caso, ¿cuál sería el problema?
- ¿Para qué querés salir conmigo?
- Porque cada vez me siento más y más atraído hacia vos. Al principio fue solo un enganche más, del tipo superficial, pero te fui conociendo en el transcurso de las sesiones y me están dando ganas de compartir algo más que sólo esto.
- Te voy a aclarar algo: no me conocés, sólo conocés un rol definido y móvil que se te presenta en terapia. ¿Qué quiero decir con esto? Que lo que sentís no es por mí sino por tu analista. Cualquier mujer en mi situación, haciendo un buen trabajo, le provocaría algún tipo de sensación afectivo-atractiva a un “incomprendido” como vos. Por lo poco que aún conozco de vos, con sólo sentirte entendido por alguien, bastará para que ese alguien llame tu atención.
- Entonces lo que me estás diciendo es que todos los pacientes se suelen enganchar con vos.
- No te entiendo.
- Lo voy a preguntar de otra manera, ¿todos los pacientes generan una relación del tipo afectiva con su analista?
- Esa relación de tipo afectiva, como la llamás, se denomina “transferencia” y no siempre es de carácter tierno o amoroso, a veces también puede ser negativa, y ambas, si son vigorosas y el analista no lo advierte a tiempo, pueden volverse resistencias a la cura del paciente.
- Como en este caso, ¿verdad?
- Si tirás por la borda la terapia para salir conmigo, nos estaríamos equivocando los dos. Vos por intuir que te puede pasar algo conmigo y yo por no hacerte entender que mi carácter de estar asistiendo o ayudándote, genera un vínculo emocional.
- Pero entonces, según tu teoría un paciente siempre sentirá “algo” por su analista. O sea, si son hombre y mujer de más o menos similares edades, probablemente vaya por el lado de la atracción, en caso de mismo género y edades similares probablemente la sienta una amiga o amigo, si hay grandes diferencias de edad, probablemente se desarrolle una sensación más del tipo paternalista.
- Exacto, es inevitable.
- Estoy al horno, si no encuentro una forma para probarte que lo que me pasa con vos excede a tu rol de analista nunca aceptarás una salida conmigo.
- Ni lo intentes.

- ¡Uh che! Dame una chance al menos. El problema es que tengo dos grandes amenazas.
- ¿Cuáles?
- La primera es tu ego y la segunda tu ética profesional o responsabilidad para con tu trabajo. Ambas son grandes asesinas.
- Me hacés reír. Igual no entiendo bien lo de mi ego.
- Claro, si yo logro evidenciarte características de tu personalidad, de quien sos vos, estaría, según tu visión, frontalizando que no lograste mantener a “Sol”, lejos de la sesiones. Algo se te terminó escapando. Y por otro lado, que no es menor, es ese tema que tienen las mujeres con las responsabilidades.
- ¿Cómo es eso?
- Las mujeres son como adictas a la responsabilidad. Aman tener un deber por delante de sus deseos. O capaz son los deberes los que alimentan sus deseos, aún no lo termino de entender.
- ¿Hombres por un lado y mujeres por otro? Ale, me extraña.
- Sol, dejame explicarte. Por ejemplo, en el trabajo, si yo tuviera una empresa, contrataría todas mujeres.
- No me extraña.
- ¡Pará! No me ironices que apunto a otra cosa. Los hombres son mas rebeldes, necesitan argumentos para todo, tienen que estar de acuerdo, si encuentran una posibilidad para sacar ventaja, la toman siempre, son menos éticos o menos responsables por así decirlo. En cambio, las mujeres, en su mayoría, llegan temprano, les cuesta faltar por enfermedad, defienden su trabajo con los dientes, dejar de cumplir una regla es mucho más trascendental que para el hombre. Obvio que hablo en general, pero si hacés memoria, te acordarás de cómo, en el colegio, la mayoría de las chicas son aplicadas y sacan buenas notas, y los varoncitos son un bardo. Bueno, este patrón se mantiene a lo largo de toda la vida. Y en este caso en particular, no es la excepción.
- Entiendo lo que decís pero no veo la aplicabilidad entre nosotros.
- Claro, por algún motivo, si yo fuera el psicólogo y me toca una paciente de mi edad, encontrándome sin compromisos, que me gusta tanto física como psíquicamente, jamás dejaría pasar la oportunidad de tener una historia, sólo por el hecho de que sea ¡MI PACIENTE! No way, me cago en la ética. La derivo y la invito a salir sin vueltas. Mirá, si voy a comparar el beneficio personal de conocer una persona maravillosa, con la satisfacción de atender a alguien por trabajo, más allá de lo que me gusta mi actividad…
- …
- Y cualquier psicólogo hombre lo haría. Sin embargo, las minas no. Las minas, siempre que haya una excusa para no tener algo con un tipo, mejor. Este no porque es compañero del trabajo, este no porque somos amigos, este no porque no lo conozco bien, este no porque es del gimnasio. Siempre se resisten, o mejor dicho, buscan excusas.
- No estoy de acuerdo. Creo que un buen profesional omite vincularse con su paciente, y eso va más allá del género.
- ¿Vos hacés terapia no?
- Sí.
- ¿Es hombre o mujer?
- … mujer.
- ¿Por qué no un hombre?
- Porque…
- ¡Viste Sol! Tu sonrisa tímida lo dijo todo. No querés exponerte, lo que comulgás, no te lo crees. Por las dudas, decidís protegerte detrás de una mujer. Ni en pedo vas a poner todas tus emociones, toda tu verdad, detrás de un flaco más o menos de tu edad. No querés que te cocinen vuelta y vuelta. Sin embargo, por algún motivo, yo detrás de una mujer psicóloga estoy absolutamente a salvo.
- Puede ser pero, al margen, y aunque tenga la posibilidad de conocer a mi paciente, como bien dijiste, influyen otras cosas. Me tendría que gustar, no tendría que tener compromisos, etcétera. Y sin ánimo de ofenderte, omito responder a lo primero, pero sí te aclaro que tengo un compromiso.
- Lo se.
- ¿Eh?
- Se que estás en pareja. Se te nota, como también se nota que no estás enamorada o que, al menos, estás en crisis. No la pareja, sino vos. También me da la sensación que es una pareja longeva y que, sea lo que sea que te está pasando, es bastante nuevo, de ahora. Que durante muchos años minimizaste la posibilidad de tener dudas. Pero en fin, nadie me dio lugar, así que mejor me callo.
- Me abstengo…
- ¿Entonces? ¿Cuándo salimos?
- Ale… son muy interesantes tus apreciaciones, pero para serte sincera, aún no me quebrás. No niego que me suma el intercambio con vos, pero no me dejo llevar tan fácilmente.
- Persevera y triunfarás dice el refrán…
- Hacé lo que quieras, la puerta sigue abierta una hora, una vez por semana.
- ¿Sabés qué me pregunto?
- ¿Qué?
- Qué pasaría si nos cruzáramos solos en otro contexto… ¿bajarías la guardia un segundo?
- ¡Ojo con lo que hacés! Hasta la semana que viene.

Entradas populares