martes, 15 de diciembre de 2009

Capítulo I: Acorralado

- No te sigo…
- Claro, me estás poniendo en un lugar incorrecto, con el que no me identifico. Me caracterizas como omnipotente, como que vendo el “nada me afecta” y no es así, para nada. Mi problema pasa por otro lado.
- ¿Por cuál? A ver, explicame.
- No lo sé bien todavía.
- ¿Por qué no empezas por contarme esas cosas que sí te afectan?
-
- Ale, ya te repetí varias veces que detrás de la soberbia hay siempre una carencia. Es ley. En todos los casos. No sé cuál es la tuya, pero que la hay, la hay.
- ¿Y cuál es tu carencia?
- ¿Perdón? Yo soy tu terapeuta. No es pertinente que hablemos de mis carencias. Pero quedate tranquilo que las tengo.


- ¿Qué tiene que ver? Esa forma tuya de expresarte, con tanta diplomacia, no oculta una actitud como de superación frente a los demás. ¿Acaso no lo ves?
- Ale, esa superación de la que hablás es justamente la que vos transmitís.
- No te entiendo, ¿por qué lo decís?
- Porque no hay dudas en tu discurso, no hay interrogantes. Hasta tus peores frustraciones están explicadas por vos. ¿Para qué me necesitas? Cuando empezamos, me dijiste que te sentías solo, que tu intención en esta terapia era reencausarte en un estilo de vida que fomente la unión en lugar del aislamiento. Sin embargo, todo lo que has hecho desde que empezamos es argumentar a favor de tus elecciones. Ahora me pregunto, ¿qué sentido tiene darle lugar a un tercero, en este caso a mí, para que te ayude a destruir una estructura mal formada si, cuando llega el momento, terminás evadiendo el problema? No veo que estemos avanzando… me parece deberíamos suspender las sesiones por unos meses y esperar a ver cómo te sentís, tal vez otro analista te puede ayudar más o tal vez no estás hecho para el análisis. Mi percepción es que aún no estás convencido de éste análisis en particular. Ni del análisis en general.
- ¿Me das un ejemplo?
- Sabés muy bien de qué hablo. Y como esto no se trata únicamente de un trabajo para mí, me veo en la obligación de decirte que no estoy pudiendo ayudarte, Tenés dos opciones, o me decís el motivo real por el cual pensás que estás acá, y me permitís decidir a mí si realmente quiero ser parte de esto o no, o tratás de volcar algo de esta realidad en ámbitos donde sólo vos estés en juego: escribir, producir, emular a tu gran héroe televisivo, etcétera. Si no esta hora semanal termina convirtiéndome en cómplice de tus síntomas, y esto no te beneficia en absoluto.
- Sinceramente, no sabría por dónde empezar. Es verdad que no sólo estoy acá por los motivos que te enumeré en las primeras sesiones, pero creo que tampoco estoy listo para hablar de eso. Supongo que la única opción que me queda es tratar de blanquear mis emociones un poco más.
- Sabes que pasa Ale, no es para que lo pienses, es para que decidas ahora.
- Está bien, te entendí. Explicame entonces, ¿cómo hago para demostrarte que estoy involucrado realmente con la terapia? Porque a decir verdad, no tengo idea. No termino de darme cuenta si me estoy ocultando o si estoy cerrando el juego. Supongo que puede ser cierto que descrea de una visión ajena sobre mi vida.
- ¿Y a qué viniste?
- Aún no me animo a meterme en ese tema. ¿Lo podemos dejar al costado por un tiempo? Prometo que si me guiás, voy a poner otra actitud.
- Ale, yo no estoy acá para darte una lección acerca de tu vida o como debés vivirla, esa es una ecuación personal. Mi trabajo no es lograr tu fe.
- Bueno… ¿Cómo puedo recomenzar?
- Una buena manera es reconocer aquellas cosas que te hacen sufrir, podemos empezar a pensar que todas esas reacciones grandilocuentes, esas certezas absolutas por las cuales te regís no son más que escudos para mantenerte protegido del terror. “¿Terror a qué?”, podrías preguntar y una aproximación sería que tenés mucho miedo a la incertidumbre porque la duda no es un lugar seguro, la duda desestructura. Pero a la vez deja en pie aquello con lo que contás. En las profundidades, todo se vuelve ley y esas leyes terminan siendo muy pocas. Vos cargás demasiadas, ¿no te parece que pueden no ser ciertas?
- No se.
- Ale, última oportunidad… aprovechala.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Adios...

"Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte."

Leonardo Da Vinci

domingo, 6 de diciembre de 2009

Parte de mi vida

Las relaciones afectivas entre un hombre y una mujer pueden darse de dos maneras distintas: dentro o fuera de nuestra vida.

Las relaciones dentro son aquellas donde las actividades de ambos se vinculan. Uno pasa a ser parte de la vida del otro.

En cambio las relaciones fuera son aquellas dónde las actividades que se comparten suceden al margen de nuestra vida a modo de una actividad agregada o nueva a nuestra rutina.

Dependiendo de cuál sea el origen de la relación, la forma de relacionamiento inicial será de una u otra manera. O sea, si la persona con que la hemos empezado a salir ya compartía con nosotros previamente alguna actividad, el vínculo ya se habrá constituido dentro de nuestra vida. Este es el caso de las parejas que se conocen en la facultad, en actividades colectivas ociosas (deporte, arte, baile, idiomas, etc.), en el trabajo o simplemente por ser parte del mismo grupo de amigos.

Por otro lado si el comienzo de la relación es un encuentro casual, un levante en un boliche, un ataque despiadado en la calle, la compu o cualquier otro contexto dónde ambas personas se encuentran estrictamente separadas, dará lugar, inicialmente, a una nueva actividad apartada de las demás.

Hasta ahora daría la impresión que indistintamente de la forma, ambas estarían ok. Sin embargo no es tan así. La diferencia principal radica en el tiempo de duración. Las relaciones fuera de nuestra vida duran poco, a menos que luego de transcurrido determinado tiempo, migremos hacia una relación dentro de nuestra rutina.

Las únicas relaciones que perduran son aquellas que tienen alta integración. De hecho, la integración de dos personas puede ser tan fuerte, que incluso sin amor, puede resultar casi imposible plantear una separación, ya que esto implicaría un corte de otras cosas también. Este es el caso de parejas que trabajan juntas, que tienen hijos chicos, que van al mismo club, etc.

¿Y por qué las relaciones que están fuera de nuestra vida son más breves? Principalmente porque las unidades de tiempo que solemos dedicar a nuestras actividades ya están preestablecidas por nuestra estructura social, y, más importante aún, porque estar en pareja no es una actividad en sí misma. Es solo un vínculo.

Tenemos el tiempo para trabajar, el tiempo para educarnos o informarnos, para alimentarnos, para trasladarnos, para el ocio (incluyendo la sexualidad), para la nada (descanso cerebral) y no hay mucho mas.

Conocer una nueva persona puede entrar dentro del tiempo de ocio, dónde todo el proceso de descubrimiento cómo disfrutar la sexualidad, acariciarnos mirando la luna en largos diálogos sin mucha coherencia, observarnos en silencio, etc. Todo esto sí puede ser una actividad en sí mismo. O sea, estar enamorados puede resultar una actividad, pero no estar en pareja.

Por eso, todos sabemos que el enamoramiento es finito (al menos con la misma persona), o sea que una vez que ya la (o lo) conocemos, sentarnos a mirarnos los ojos deja de ser “hacer algo” pasa a ser “hacer nada”.

Entonces, ¿qué ocurre? Lentamente volvemos a nuestras responsabilidades y/o actividades estimulantes. Y si a lo largo de esta transición nuestro ser amado no logra compartir alguna de las cosas que nos gustan hacer, es probable que se reduzca solamente a compartir el plano sexual o el de hacer nada (mirar tele), anunciando una ruptura inminente.

Esto es más fácil entenderlo si lo comparamos con la amistad. Podemos tener un grupo de amigos con los que compartimos las mismas actividades o varios grupos de acuerdo a cuan variados somos. Igualmente para ambos casos, los que perduran son únicamente aquellos que poseen actividades en común a nosotros: hacer algún deporte, un curso, ir a navegar, estudiar, lo mismo que enumeré antes.

Los que no logran compartir algo más con nosotros porque los conocimos en un viaje, o porque el curso o la facu terminaron, o porque dejamos de trabajar juntos, no duran más que un chat o alguna que otra cena ocasional (y solo porque en definitiva comer hay que comer).

Conclusión: Si estás empezando algo con alguien, presta atención a cuánto (a pesar de lo mucho que te gusta) tienen en común. Si es bastante, hay grandes chances de perdurar. Si es muy poco, te quedan tres alternativas:

La primera es que ambos hagan un intento de sacrificar algo de lo hacen con su tiempo libre para tratar de disfrutar una pizca de lo que le gusta hacer al otro. Puede funcionar, solo sé qué cuánto más viejos nos ponemos menos ganas de cambiar tenemos.

La segunda es que te pelees y te arregles constantemente. De esta forma prolongarás un poco más el enamoramiento.

Y la tercera es FULL POWER. Disfruta del hechizo mientras dure y mochila al hombro cuando llegue el momento.

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