miércoles, 26 de octubre de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - XI -

- Vení, vamos a sentarnos cerca de la ventana. (…) Pilar pintaba en este rincón cuando empezó, hace tres años. Después se fue moviendo hasta llegar a la lucarna miniatura de allá al fondo, y ahí se quedó.

(…)

Pilar no es conquistable, Andrés. No se enamora de los hombres, se enamora de las sensaciones, de las experiencias, de esa luz que entra por la lucarna. Las personas y las cosas son solo un medio, nunca un fin… Un día puede estar muy cerca tuyo y al día siguiente puede que apenas te salude. ¿Será que todavía es pendeja? A mí eso no me convence, qué querés que te diga. 
- ¿Por qué? 
- Porque sus maneras la alejan de ese rótulo.
- Contáme cómo es, por favor.
- Pilar es una de esas chicas que habla sin pedir permiso y nunca fuera de lugar. No necesita de introducciones ni cosas por el estilo. Y en eso que es solo su manera, entra en escena cuando menos lo esperas, caen todos. Por alguna razón, esa quizás, se sienten especiales cada vez que les dirige la palabra y no pueden ver que igual daba a quién tuviera enfrente.
- Esa puede ser una razón, sí. Al menos para quienes nos gusta que nos sorprendan, que nos saquen de lugar y nos redoblen la apuesta.
- Me haces reír... Andá a saber si es sólo ese tipo de hombres, yo no vi muchos pero los suficientes y diversos, y no hay uno que no haya creído que ella siente o sintió algo por él. Estas interacciones que simulan intencionalidad, solo perturba, los confunde… y eso es solo el comienzo. 
- Dale...
- Posta, esto parece un cuento de hadas pero yo lo viví, creeme. Después de compartir un tiempo con ella lo único que habrás logrado es observarla, casi, constantemente. Cada paso, cada acto, cada gesto. Y a medida que pase el tiempo y vos hayas registrado cada detalle y quieras revivirlos -uno por uno- vas a notar lo que siempre fue y vos nunca quisiste ver: ella apenas notó tu presencia, como la de la lucarna. 
- No.
- Sí, es talentosa y concentrada, como todo aquel que conecta de a un mundo a la vez. Mientras está pintando puede ausentarse durante horas y, mientras vos busques alguna excusa de intercambio, ella solo seguirá construyendo a tu lado, sola. Las vas a admirar, ¿¡cómo no!?,  y de a poco se volverá cada vez más inalcanzable.

Pilar no es conquistable Andrés. Se enamora de las sensaciones, de las experiencias, ya te lo dije, las personas y las cosas son solo un medio.
- Pero alguien tiene que haber podido entrar en su mundo alguna vez.
- Sí, yo creo. Pero también creo que si eso pasó, no era ella como la viste ahora. Ahora sólo le importa su vida, su pintura...
- Eso está bien por mí.
- Escuchá lo que decís, o lo que te estoy diciendo al menos. Si vas a seguir soñando cuando me pedís que te muestre un pedazo de esa realidad que se te escapa, ¿de qué nos sirve estar acá sentados?

Vas a vivir su arte, vas a seguir su ritmo sin horarios ni mayores obligaciones, vas a dejar de lado tus responsabilidades y jugar al adolescente enamorado. Vas a caminar con ella a donde sea que quiera ir y serán dos personas viviendo la vida de una. Decime si eso no es triste. Decime si eso no es lo menos enriquecedor que le puede pasar a alguien -por ella lo digo, claro-, decime que no vas a querer salir corriendo avergonzado cuando te des cuenta de que pusiste en pausa seis, diez, catorce meses de tu vida.
- ¿Avergonzado? 
- Andrés, no tenés nada. Ella no te necesita y no tenés forma de hacer su vida más apasionante. Ella es apasionante, es libre. Su ánimo es tan simple como mirar el cielo. ¿Y el tuyo? Seguramente lleno de condiciones y razones, como el de todo el mundo.  Te vas a enamorar de una ilusión, te estás enamorando de una ilusión, pero vos no podes enamorala, ni nadie. Es siempre lo mismo: están los que reaccionan posesivamente, los que la celan y los que simplemente la quieren convencer. No hay forma, porque en personas como ella, la intención es lo menos atractivo que pueda sucederle.
- Pero todo enigma tiene una respuesta. Tiene que haber una forma. 
- Seguro que la hay, pero no está a tu alcance. Estoy convencida que aquello que puede hacer que Pilar abra realmente sus ojos una vez, es un algo especial que solo ella sabe identificar. Y, lamentablemente, eso ocurre muchos antes de que vos o cualquier otro, se haya dado cuenta. Dale, tengo que seguir con mis cosas y no hay nada más para decir.

lunes, 11 de julio de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - X -

- Hola Julieta. ¿Acá se dictan clases de arte?
- Así es… ¿estás interesado? Vení, subamos que acá hace mucho frío.

¿Y por qué no? Ya estaba ahí. Pero, ¿qué le digo? ‘Mirá, hace unos días casi rompo la cabeza de una de tus alumnas con un libro que arrojé desde un piso 23 en un arrebato de angustia caprichosa. Pero ahí no termina, luego de una serie de coincidencias que cualquier persona en su sano juicio ignoraría, altero a diario mi rumbo a casa con la expectativa de cruzármela en la calle una vez más’. Ni en pedo. Con esa cara de “no me jodas” que tiene, me devuelve a calle.

A menos que le gusten las historias de amor, sea una ilusa parecida a mí y se cope en ayudarme… No lo veo. Si estuviera de mi lado todavía, pero las minas celan todo. Cualquier excusa le va a venir bien para boicotear mis planes. Tal vez si lo disimulara un poco… pero no tiene sentido.

- ¿Mate, té o café?
- Tomo lo que vos tomes.
- Bueno “chico sin nombre”, ¿a qué viniste? Lo tuyo no es la pintura, eso está claro.
- ¡Epa! ¿Y eso? Sorry, me llamo Andrés. ¿Tanto se nota?
- Se nota. Tenés cara de sorpresa hasta cuando mirás los pinceles. Recorriste el atelier y solo observaste las cosas menos relativas al taller. Este no es tu hábitat, estás buscando otra cosa. ¿Qué es?
- ¡Qué agilidad! No se te escapa nada, ¿no?
- No siempre. Igualmente esto es diferente. Hace unos días cayó un pibe a la noche. Raro. Y más allá que los veo muy diferentes, los dos tienen el ojo enfocado en algo más. No estaba segura, el flaco ya sabe dibujar. Pero ahora que apareciste vos, que ambos tienen más o menos la misma edad… Que aparecen de improvisto en horarios inusuales y la dispersión aparente, no me quedan dudas. Conozco mi taller, reconozco cuando alguien viene a tomar clases, a interiorizarse por el arte. Y te digo más, me animo a arriesgar por dónde viene.
- Me sorprendés.
- Si estás acá por el motivo que presumo, te voy a decir una sola cosa: ¡Alejate de esta chica!
- Sin palabras... ¿Cómo puede ser? ¿Te das cuenta la curiosidad que provoca lo que me estás diciendo?
- No debería decirte nada. Pero pareces un buen flaco. Y por más que tu amigo se merece tomar unas clases para soltar un poco esa mano, te recomiendo que confíes en mí y te evites un disgusto.
-  ¿Qué puede ser tan grave? ¿Está casada?, no entiendo.
- Y no vas a entender…

Mente en blanco. Muy segura, demasiado. Tanta percepción me perturbaba un poco. Debo alejarme, lo sé. Esta mina no se equivoca. La forma lo dice todo. ¿Es una prueba?

- Juli, ayudame.
- Andrés, basta. Ya te explique… hasta acá llegan mis consejos. No me comprometas.
- ¿No te parece un poco tarde para eso?
-  Fijate justo ahí, en esa pared. Vas a ver que hay una foto de todo el grupo de la noche. La segunda desde la izquierda en la fila de arriba es Pilar. ¿Ella es tu problema, no?

Era ella. Pero sin gafas esta vez. Esta historia toma cada vez más forma. ¿Un breve acto al azar puede conducirme hacia una persona que teóricamente no debo conocer? Es incoherente. Puedo evitar exponerme a situaciones que fomentan mi tendencia,  pero en este caso la historia está tomando contacto conmigo.

- Ella es mi problema. Y, por primera vez, me siento el menos original del mundo. ¿Cómo caí en una trampa tan obvia? No lo entiendo, te juro que no me cierra. Explicame por favor. Ayudame a entender. ¿Por qué no soy el único? ¿Qué tiene esta mina? Y más importante aún, ¿siempre tiene el mismo desenlace para los concursantes?
- Ey pará, pará, muchas preguntas. Tranquilizate. Me parece que es hora de cortar esto acá. Este día de la semana lo reservo para mí y la pintura. No tengo ganas de meterme en estos temas. En serio. Solo quise aconsejarte con buena onda, así que si no te molesta, preferiría quedarme sola.
- Juli, perdóname. Dejame explicarte algo y no te molesto más. Último mate, te lo prometo.
- Ok, dale. Pero apurate. ¿Qué me querés decir?
- Tengo un inconveniente. Más bien, una dificultad con forma de trampa de la que no puedo escapar. Por un lado estoy yo, junto con toda esta necesidad de perseguir fantasías en mi vida. Seguir siendo un poco adolescente sin comprometerme mucho a nada. Continuar el paso liviano con no mucho más que una mochila en mis hombros.  En el medio está Pilar. Un historia que viene como anillo al dedo. Que comienza con una introducción inesperada llena de señales perfectamente presentadas para el mejor adicto a los acertijos. Y del otro lado estás vos. Una alerta que indica “peligro, manténgase alejado”. Y además no estás sola. A tu lado también hay un sinfín de personas y motivos que me instigan a abandonar un estilo de vida que ya cumplió más de una década. ¿Cómo decidir entonces? ¿Debo confiar en los demás e ir en contra de lo que siento? ¿Por qué no me convenzo? ¿Por qué sigo sintiendo que detrás de mi forma hay una búsqueda en lugar de un temor? Me sobra, ¿sabés? Siento que hay tiempo, que no me tengo que apurar. Que voy bien, solo que el camino es más largo de lo que todos piensan. No hay que temer solo nadie tiene un mapa. Hay que seguir explorando hasta dibujar uno propio. Por ahora no necesito nada a cambio. Con solo seguir encontrando y contemplando aquello que expresa belleza es suficiente para mantener mi rumbo. Por más que muchas veces parece que me descuido. Que no estoy feliz o que me encuentro muy solo. No espero que sea fácil. No me gustan las cosas fáciles.  Y la verdad es que me llenaste de curiosidades. Tiraste gasolina a un incendio. Pero te creo. Sonás sincera y segura. Y si me convences, que en definitiva fue tu primera intención, te haré caso. No por vos,  sino porque por algo estás aquí delante. Por algo me encontré con vos y no con ella. Y así como soy fiel a las casualidades que me traen a tu taller, no dudaré en alterar mi curso si un nuevo signo evidencia un atentado contra mi bienestar. Lo prometo.

- Heavy. Me pones en un aprieto. No fue mi intención estar en el medio de nada. Pero también entiendo que ya es tarde. Ni vos deberías andar persiguiendo mujeres por ahí ni yo debería meterme en la vida de los demás. ¿Quién me manda? Bueno, vamos a hacer lo siguiente. Te voy a hablar de Pilar. Pero desde un lugar sin prejuicios ni suposiciones. Simplemente te voy a contar lo que te enterarías si vinieras dos veces por semana a tomar algunas clases. De ahí en más, hacé lo que te parezca. ¿Ok?
- Genial, me parece justo. Te escucho…
- Y a modo de intercambio, ya que estamos, decile a tu amigo que yo digo que tiene que venir a tomar clases. Sino no te ayudo más. ¿Ok?
- Empezá… Martín viene este Jueves.

domingo, 12 de junio de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - IX -

La conversación siguió un rumbo más o menos predecible. Por momentos algún comentario captaba toda mi atención, por otros solo sentía que me desbordaba la ansiedad. Terminé por agarrar una birome y un pedazo de papel para hacer un montón de líneas que de a poco lo iban a traer, primero sus ojos, después su boca y así hasta cubrirlo todo todo de negro y hacerlo desaparecer.

En algún momento había que bajar. Pisar la vereda y caminar hasta la parada del colectivo -buenas noches 1,25 por favor-. Llevar el libro en las manos, incapaz de leer porque las señoras, ¿de dónde vienen a ésta hora y en colectivo y tan paquetas?, y ellos, allá, primera cita, de cabeza, y así hasta que un balcón o una puerta disparan un catálogo que no voy a recordar nunca, pero lo dejo crecer.

Lo dejo crecer, sorprenderme, ocupar mi cabeza. Porque lo que viene después lo conozco: mi casa, mi computadora, el laburo que no avanza, ir a dormir con toda la pesadez de mi cuerpo, y de mi cabeza.

Entonces la mañana entra por la ventana: arriba flaca, vamos, va a estar todo bien. Va a estar todo bien. El portero me pelea a la salida y yo se la devuelvo, chistes que ya tienen cinco años y no se vencen. Las veredas están todavía mojadas y el sol se refleja mientras las seca despacio, y el boletero.. el boletero es siempre el mismo y aunque a veces no me reconoce basta con que lo moleste un poco para que se acuerde, 1,20. Y así, de a poco, el mundo es perfecto. Abro el libro, me concentro y leo.

Camino distraída y saludo, buen día, son tres impresiones, A3, papel común y un comentario absurdo que como los catálogos no recuerdo. Miro un poco todo, pienso un poco en nada hasta que, baldazo de agua helada, el flaco me alcanza las láminas y me invita a salir.

Cualquiera. Cualquiera flaco. Estoy segura de que no insinué nada, eso lo hago conscientemente y bastante bien. Segura de que a mí no se me acerca mucho nadie a menos que yo lo quiera. Segura de que cuando lo miré entendió todo así que tomé las láminas y me fui, gracias.

Volví entonces a mi cara de culo y un metro de distancia, mínimo. Volví adonde sólo unos poco me encuentran y entienden, adonde algunos se preguntan, ¿qué mierda le pasa? pero no se animan a decirlo, adonde puedo sonreír y llorar triste o emocionada sin tener que explicar mucho nada.

Porque este mundo te comprime las neuronas y la panza. Te encuentra discutiendo como una forra lo indiscutible, te juzga y te patea y te quiere afuera, pero el muy hijo de puta de a ratos te da la mano y te regala un tema.

Esto no dura mucho, claro. Y ahí estaba, una vez más, invadiendo mi espacio, parando a un flaco justo delante de la puerta del taller. -¿Pensabas subir?-, le pregunté. -Sí-. -¿Estás seguro?-. -Sí-. Y como siempre que me supera la timidez, me paso de viva y no pude más que decir -mira, yo si pudiera correría muy rápido, para cualquier lado, cualquier lado que no sea pasando esta puerta, vos todavía podes hacerlo, cree lo que te digo. Yo, en cambio, no tengo más alternativas… y si las tuviera... si las tuviera, sí, me verías todas las semanas corriendo escaleras arriba, buscando mi lugar para respirar que está ahí y que es el taller y la pintura-.

Me miró desconcertado, no dijo ni una palabra ni se movió de delante de la puerta, así que le di la mano, -yo soy Julieta, la profesora-.

jueves, 2 de junio de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - VIII -

Cuando lo pienso objetivamente, lo determino con frialdad: no necesito de nada…de nadie. A menudo me pregunto acerca de esta falta de instinto gregario. Un cliché demasiado manoseado para alguien que se presume ´otra´ en un mundo de soldaditos repetidos.

Mi deseo abre abismos con el mundo circundante. Descubro que los momentos en los cuales más disfruto me encuentran en soledad. Camino largas cuadras diariamente. Adoro la liviandad de las piernas una vez entradas en calor, el sol acariciando la piel en días de aires gélidos, la brisa enmarañando el pelo, las gafas de sol tiñéndolo todo de un color, sobre todo cuando es de azul, los aromas que remiten a escenas del pasado, el crujir de las hojas ocreamarillentas del otoño, discernir mil valores de grises en un cielo tormentoso, ni qué hablar de la lluvia golpeando con vehemencia contra el pavimento. Y todo eso en un ir y venir, de mi casa al taller, de cuadra en cuadra. Deshabitada de cualquier vecino indiscreto.

Pero suele haber interferencias en el viaje. Un contacto visual casual, un comentario que se oye al pasar, algunos encuentros intimidantes que preferiría evitar… en mi mundo bastarían los colores, los libros y las sensaciones… soy de esa clase de personas a las que se les hace difícil el encuentro con el otro, qué va a ser! Todos tenemos nuestros propios campos de batalla, y este es el mío… sin embargo, suceden a veces episodios inesperados, y una adicta a la curiosidad como yo, no puede más que rendirse a esas contingencias de la circunstancia… como el otro día, que en medio de mi travesía cotidiana, un libro cayó del cielo directo a mis pies. Después del estrepitoso impacto no pude evitar tomarlo entre mis manos. Era esa clase de libros que pedían a gritos ser devorados al instante y tuve que satisfacerlo. Señalé la página con determinación. Mientras tanto me divertía pensar en los motivos de esa caída al vacío; ¿Habría sido producto de una discusión conyugal y el pobre fue el arma contundente más a mano? Inmersa en estos pensamientos fui interpelada por un hombre. No había considerado que el libro tendría un dueño y podría venir a reclamarlo. Él, me examinó con su mirada y yo, literalmente, huí. Apuré el paso y aún un tanto aturdida, me detuve un instante y dejándome conducir sin elegir, abrí -ahora si- MI libro. ¿Cómo podía ser que este desconocido estuviera leyendo el mismo texto que yo? Alcé la mirada, la intuición no podía fallarme, y ahí lo ví, inquisidor, buscando (¿me?) sin cesar, una respuesta. Yo escapaba de su campo de visión, sabía que estando a salvo podía disfrutar del espectáculo. La escena podría haber sido de un cuadro de Goya denominado “Paradoja de un cazador”. Sonreí –me extrañé al hacerlo- y seguí mi camino. Ese día empezaría la primer obra de una serie que llamé “La mirada impertérrita”.

Mis días después de ese suceso transcurrieron en paz. Hasta hoy, que promediando la clase del taller y relajada en mi lugar de distención, recibimos una visita inesperada. Tal vez fue la licencia de los jueves y el vino que empezaba a marearme un poco, lo cierto es que Martín, así se llama, me dejó un tanto inquieta. La profesora no acostumbra recibir gente sin cita previa, también suele avisarnos previamente a modo de cortesía, por lo que su llegada me tomó por sorpresa. El extranjero no podía siquiera sostener la mirada en alto y escapaba a cualquier pregunta que le demandara exponerse con algo propio. Lo primero que diagnostiqué era que se trataba de un tímido patológico y no debía apresurarme a conjeturar. Analicé con detenimiento su actitud corporal, su mirada evasiva, su incomodidad. Había algo más que no lograba entender, ¿Por qué me dejaba tan perpleja? Enseguida la profesora le convidó una copa de vino y uno de mis compañeros le hizo algunas preguntas. Él suspiró, aliviado. Lo invité a quedarse un rato. Raro en mí. Pero tal vez, entrando en confianza él, yo podría destrabar esta sensación que nacía en mí… empezaba a palpitar que si quería saber algo más, tendría que pagar algún precio por ello.

lunes, 23 de mayo de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - VII -

Un día vi a una paloma comerse una feta de salame en la plaza del barrio. Se están preparando para comernos a todos, pensé. Otro día, escuché coger a mis padres. Un show tan siniestro como el de la paloma. Lo que quiero decir es que hay días que no se olvidan y, ahora que lo pienso bien, supongo que estas marcas indelebles están necesariamente asociadas a vivencias traumáticas. El día que Andrés me presentó a Sofía bien podría entrar en esta lista.

Como si se tratara de mi madre, mi amigo no hizo más que hablarle a la pobre chica de mi manía por el pelo, de mi escasa voluntad, de mi lenguaje abstracto y demás razones por las que mi ex me había abandonado. Yo no lo podía creer. Estaba avergonzado y furioso, notaba que Sofía iba perdiendo su curiosidad en mí y que Andrés se divertía a mi costa poniéndome en ridículo y haciéndome transpirar hasta el culo. Pasaron ya unos cuantos años desde entonces y hoy Sofi es la mujer con la que comparto gran parte de mi vida. Y yo no puedo dejar de preguntarme cómo es eso posible después de aquel día trágico y cuánto tuvo que ver, en definitiva, la exposición de Andrés -mi exposición, en realidad- para que este presente del que les hablo sea posible.

Como sea, ese día empecé a creer más en la ironía del destino y menos en las medias naranjas, más en la amoralidad de los medios y la imprevisión de los fines y menos en un camino recto de causas éticas y efectos virtuosos, más en la paciencia de una mujer que en su posibilidad de ser conquistada. Pero sobre todo, ese día, gracias al hijo de puta de mi amigo, empecé a creer en la amistad. ¿Quién es un amigo? ¿Qué se debe hacer cuando un amigo tiene un problema o sufre por algo? ¿Existe una moral de la amistad? ¿Es la verdad el valor que alimenta la amistad? ¿Se le puede mentir a un amigo? ¿Cuándo? ¿Por qué razones? Supongo que cada uno responderá a estas preguntas de distinto modo. El mío podría resumirse en la premisa: "es mi amigo el que quiere mi felicidad", o su variante "me considero amigo de todos aquellos a quienes deseo la felicidad".

Ahora bien, esto de la felicidad lalala suena un poco raro y ahora seguro me caen encima, de nuevo, acusaciones por usar un lenguaje abstracto etcétera. ¿Quién define lo que es la felicidad? ¿Es la felicidad lo mismo para todos? ¿Puede un amigo saber mejor que uno cuál es el camino para alcanzarla, al menos por un rato? ¿Puede uno aconsejar a un amigo sobre qué alternativa elegir para tratar de ser feliz? De nuevo, muchas preguntas y no es que me esté atajando ni nada y esto no es una limpieza de conciencia ni mucho menos. Estoy muy tranquilo con lo que hice porque Andrés es mi amigo, yo deseo su felicidad tanto como él desea la mía, y el hecho de que no coincidamos en cuál es el mejor camino para perseguirla es, a esta altura, una diferencia esencial pero menor.

Lo que creo es que, a veces, Andrés equivoca los caminos. Le vivo diciendo que para encontrar lo que busca, esa sutileza, eso que se presenta como algo diferente a lo normal, él debe poner también lo suyo, proponer algo diferente a lo de siempre. Es casi una cuestión matemática: mientras siga conquistando mujeres con sus modos de siempre, mientras siga construyendo castillos de naipes donde reina la fantasía, va a obtener los mismos resultados una y otra vez. Resultados que no son malos o despreciables, claro está, no existe tal cosa, pero que lo terminan aburriendo. De todo se aburre, de todas se aburre. Los castillos se derrumban con la primera brisa de la mañana y las cartas quedan desparramadas por el suelo y todo pasa muy rápido y así de rápido llega el final.

Hay un arte en la conquista pero también hay un arte en la preservación y en el cuidado del amor y del otro. Yo aprendí a creer en este arte de la conservación un poco gracias a Sofi y quisiera transmitirle algo a él de todo esto. Y con esto no estoy queriendo decir que deba apostar todas sus fichas a Florencia, tampoco me cae muy bien su histeria, pero sí creo que al lado de ella, de alguien a quien conoce con un poco más de profundidad, puede aprender a abrirse más, a perder el control y no buscar tener todo cocinado, a pensar, como dice en el sabio puente de Juan B. Justo y Córdoba, que toda víctima es, secretamente, también victimario y a construir no un castillo de naipes sino uno de ladrillos alemanes.

Yo con el tiempo, ese tiempo que hace falta para entender y que quita penas y da razones, supe que aquel día Andrés no estaba burlándose de mí ni estaba poniéndome en ridículo sino que había elegido una forma de presentarme sin ambages ni seducciones mentirosas, más cercana a lo que soy, con la perspicacia suficiente para ver que podía caerle bien a esta mujer mostrando lo peor de mí. Y hoy no puedo más que agradecerle por todo eso. Y entonces lo que hago ahora es un intento similar de devolverle algo en ese mismo sentido. No soy tan perspicaz como él pero si lo necesario para creer que algo bueno puede pasarle si lo saco un poco de aquellos lugares que siempre transita.

La cosa fue así, no tenía nada de ganas de seguirlo ni de caminar ni de nada pero a veces encuentro menos sufrimiento dejándome llevar que diciendo que no. Mi idea era sacarme el asunto rápidamente de encima e intentar disuadir sus ganas, de paso. Caminé lo más rápido que pude y llegamos en minutos a la avenida. Ya pasó un poco la época en la que verme envuelto en sus aventuras me divertía o en que disfrutaba del provecho que tangencialmente me tocaba. Cuando me pidió que subiera al taller me quise morir pero en el afán de terminar con el tema e irme a dormir, olvidé mi pudor británico y subí. Apenas entré, ahí la vi. Supe que era ella. Su mujer con gafas. La reconocí enseguida, porque lo conozco a mi amigo. Y también reconocí enseguida que había ahí una puerta para que Andrés vuelva a pasar por lo mismo: una conquista más, un mundo de fantasías más, más promesas y desilusiones. No tengo nada en contra de ella. Particularmente, quiero decir. Pero ya ven que tengo algo en contra de la idea que ella representa. Tuve a mi alcance la posibilidad de alejar a Andrés de una ecuación repetida y así lo hice. Demoré un rato en el taller, la profesora no estaba nada mal, y cuando bajé hice lo posible para llevármelo rápido de ahí y que no la viera. No soy muy bueno mintiendo, creo que se me notó, pero le dije que su chica no estaba, que estaba de viaje, que volvía no se en cuanto tiempo y no se qué otra cosa con la esperanza que de a poco vaya olvidándose de ella. Conociendo a Andrés se que va a ser difícil. Por eso es que voy a volver al taller, para asegurarme de darle un cierre razonable a todo esto. Espero que con el tiempo pueda entender lo que hago como un gesto de un amigo que quiere su felicidad.

domingo, 8 de mayo de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - VI -

De: florenciatrucco@hotmail.com
Para: andres.benard@gmail.com
Asunto: Mi "último" falso despido

Siempre que hablo con vos quedo agotada. Tenés un imponente concepto sobre ti mismo que no me otorga cabida y me cansa mentalmente. No hay manera de llegar a vos con esa percepción que tienes que no estás hablando con vos mismo y que solamente una persona con todos tus mismos conocimientos es capaz de deslumbrarte por tener la razón absoluta.

Si así lo ves, nada de lo que yo te diga lo considerarás como verdadero. Las soluciones las tenés únicamente vos. Con cada respuesta que se revela para mí como el problema obvio, para vos pasan desapercibidas por esa visión tan extrema. No ves un punto medio porque estás parado en un extremo al que no dejas llegar a nadie y así ayudarte a ver las cosas de una manera más neutral.

Lo que Andrés necesita es un equilibrio. Tu extremo Yang está caracterizado por tu escaso aprecio por las cosas más importantes, las relaciones humanas. Tu conocimiento te vuelve prisionero de ti mismo y te aísla. Mientras más sabes menos aprecias. Agradeces menos porque como todo lo sabes nada te sorprende. Como no te sorprendes, te aburres de las personas. Entonces te vuelves prepotente, soberbio, hasta amargo en tu forma de expresarte. Es un extremo totalmente egoísta, y centrado casi completamente en vos.

¿Qué te divierte? la conquista. No solamente de mujeres sino de la gente en general. Tu combustible son las personas que te admiran y piensan que eres grandioso por tus puntos de vista objetivos que se identifican con sus vidas. Montas un espectáculo en tu trabajo, con tus amigos, con tu familia, por internet, con las mujeres, pero es todo para sacar provecho para vos mismo. No dejas que el resto participe en el show. Cuando los otros quieres participar es cuando suprimes sus personajes. Porque tú eres el único con derecho sobre tu escenario y los demás se tiene que adaptar a eso. Si no se adaptan, los expulsas. Y te vas quedando solo con la luz de foco sobre vos.

Todo en este mundo esta interconectado, una cosa lleva a la otra, es por eso que estas como estas. Es por eso que todos estamos unidos, la acción de uno lleva a la reacción de otro y así sucesivamente. La hoja cansada del otoño no caerá sin que pase algo después del desprendimiento de su rama. Absolutamente todo lo que pasa bajo este sol une a los seres humanos porque de ellos se origina y se comparte por igual. Pero vos no queres participar. Te negás a ser parte de "los demás" desequilibrándote una y otra vez en un ciclo eterno que va jugando en tu contra y te va consumiendo.

Te amo Andrés pero te amo bajo lo que es mi concepto de amor, no por el valor que tu le adjudicas. Sé que vienes a mí porque quieres sacar provecho para ti mismo. No porque verdaderamente aprecies algo lindo en mí. Tu naturalidad se perdió en la secuencia y monotonía de tus conquistas, para verte grandioso, no para tomar en cuenta al otro. Necesitas planear algo para conquistar, ya que un verdadero y de corazón "eres una mujer hermosa, te amo" o más simple aún "Cómo estás, me he acordado de ti" simplemente no te nace.

No quiero que planees algo para mí. Si no te provoco un simple "¿Cómo estás?" no quiero una majestuosa entrada tuya con alfombra roja incluida. Gracias, pero no me interesa. Porque te va a seguir envolviendo a vos, no a lo que yo valgo y vos considerás. No será la forma de conquistar a esta espectadora porque te falta la belleza que más aprecio en los hombres, la sinceridad.

Perdoname lo largo del correo, no lo puedo evitar. Cuando siento y tengo ideas en la cabeza me explayo. Ya sé, parece una despedida más. Ojalá esta vez esto se traduzca en un efecto que definitivamente me permita alejar de vos. A medida que pasan los días, las cosas suelen verse y sentirse diferentes. Siempre caigo. Me precipito a expresar sin dejar asentar. Pero si hay algo de lo que estoy segura que se va a mantener constante en el tiempo... y es que mientras vos continúes siendo de esta manera, mi felicidad a tu lado es y será siempre, solo una trampa de mi imaginación.

Cuidate,

Flor

jueves, 28 de abril de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - V -

Caminamos hasta Zapiola y de ahí le dimos derecho hasta Lacroze. Por la numeración, el taller debía estar cerca de la esquina. Yo estaba entusiasmado. Martín, en cambio, no quería saber nada. La discusión y la comida lo habían agotado y su cuerpo pedía cama. Anduvimos callados casi todo el camino y a paso rápido. En quince minutos estábamos ahí. Apenas entrando en la avenida ya se veía un cartel iluminado colgado al frente de una casa antigua de dos plantas. Reconozco que no tenía claro lo que buscaba, pero no imaginaba encontrarlo tan fácil. Ni preguntarle a algún vecino hizo falta. Ese era, sin dudas, nuestro lugar. La ventana del primer piso estaba abierta de par en par y daba a un balcón. Las luces estaban todas encendidas y se podía ver que adentro había acción. Era una clase de arte. Cuatro personas atendían cada uno su bastidor mientras una chica iba y venía. Se notaba que había más gente en el lugar.

- ¿Qué hacemos?
- Nada, qué vamos a hacer...
- ¿Cómo que nada? ¿Para qué vinimos hasta acá, entonces?
- Andrés, ésta fue tu idea y es tu locura y tu pérdida de tiempo. Si pensás hacer algo, hacelo ahora y tratá de ser breve.
- Boludo, yo no puedo entrar, si está la mina y me ve va a pensar que soy un loco. ¿Por qué no entrás vos y preguntás de qué se trata? Además, a vos te gusta el arte. Yo no tengo idea.
- ¿Y qué ganas? ¿Qué querés saber? Es una clase, nada más.
- Al menos quiero saber si la mina tiene algo que ver con esto. Si me mando yo y resulta ser la profesora o alguna alumna me entierro en el mismo acto. En cambio, si averiguás vos me das tiempo a pensar alguna estrategia de acercamiento más interesante.
- Tenés la excusa perfecta, entrá con el señalador en la mano y decí: ‘¿A alguien se le perdió esto?’. Con eso ganas, teneme fe.
- Está bueno, pero no traje el señalador. Atendé, la mina tiene el pelo lacio, largo, castaño claro ponele. Será alta como yo, una mirada directa cuando te escucha y no regala sonrisas. Debe ser algo tímida. Mirá que yo la vi en la calle así que si es la profesora imagino que en su ámbito se debe manejar con más desenvoltura. Si está presente, te vas a dar cuenta. En el peor de los casos, tratá de registrar bien todo lo que veas y después me contás. ¡Dale!, no dudes. Vos dibujás. Es mucho más simple para vos hacer una consulta de este tipo. Yo no sabría ni por dónde empezar.

Y se fue nomás. Me quedé esperando en la esquina, inmóvil a pesar de la ansiedad. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Al menos quería disfrutar la historia. Si ahora me pienso solo, parado en una oscura esquina cualquiera de Colegiales, esperando como un amigo despliega el papelón de su vida por una chica de la que no sé nada, no puedo más que sonreír. Miraba todo el tiempo hacia arriba mientras construía la fantasía en mi cabeza, el mejor alimento de mis adicciones, lo que me hace ignorar el día, la hora, las responsabilidades, el trabajo, ayer y mañana, lo que me hace buscar y rebuscar esos pequeños instantes de satisfacción, despreciar toda cotidianeidad, evitar el aburrimiento de volver a casa y encerrarse en distracciones domésticas. Ahí estaba yo en la esquina: una vez más esperando cazar la presa en este bosque de cemento dónde la comida se encuentra empaquetada en una góndola de supermercado. Un inadaptado. O como me dice la mayoría de la gente, un insatisfecho.

Los minutos pasaban. Cada tanto lo veía a Martín cruzar la ventana que daba a la calle con la que parecía ser la profesora del taller. En eso, veo que se sienta en una especie de escritorio. Agachó la cabeza y me dio la impresión que estaba dibujando. ‘Cagué’, pensé. ‘Este tarado no supo manejarlo y ahora es parte de la clase’. No supe qué hacer. Eran cerca de las doce ya, la cosa no podía extenderse mucho más. Esperé un rato más hasta que todos empezaron a ordenar, Martín conversó unos minutos con la profesora y la saludó con un beso en la mejilla. Fue el primero en salir. Cruzó la calle al trote y me dijo: ‘¡Vámonos ya de acá!’. Yo no entendía nada, miré una vez más el lugar: las luces de arriba se apagaban mientras el resto iba saliendo. Martín se puso tenso, me repitió que nos fuéramos, así que entregué mi curiosidad y nos pusimos a caminar por donde vinimos.

- ¡Forro! ¡Explicame qué pasa!
- Esperá que nos alejemos un poco que estoy muy nervioso. Fue muy raro.
- Al menos decime si la viste…

No quiso hablar. Miraba para atrás cada diez pasos. El raro, al final, siempre es él. Lo que pasó, según lo poco que pudo contarme y lo poco que le entendí, es que quedó colgado con la profesora. Una mina de unos treinta años, muy linda, sutil, culta, que rápidamente le mostró el taller y le presentó a la gente. Charlaron un rato acerca de lo que hacía y lo que buscaba. Se le voló el tiempo. Lo invitaron con una copa de vino. Supo que las clases suelen terminar más temprano pero que, a veces, sobre todo el jueves, se suelen extender de un modo más casual. Se sintió muy cómodo, cosa que no es fácil para él. La profesora lo sentó a dibujar y con pequeños gestos de acercamiento le hizo entrar en confianza, hubo algunas sonrisas y, aparentemente, le rozó el hombro levemente con la mano. Se me hizo un nudo en el estómago. Ardía. Temía que fuera mi chica con gafas y no podía decirle nada, era mi culpa. Si yo fui su víctima en la calle, le podía pasar a él o a cualquiera. Pero el dolor no era específicamente por eso sino porque ahora él sabía más de ella que yo. El tenía más contacto, estaba más cerca y yo, más lejos. Qué boludo… un cagón. No me la jugué. Todo el plan se iba por la borda de la mano del tipo que se quería ir a dormir. Aunque no todo era tan malo. El pibe estaba tenso, loco. Era genial verlo así. Nada que ver con lo de siempre. Se parecía a mí, pero desordenado.

- ¡Viste, te dije! No sé quién es esa mina, pero indistintamente de con quién te cruzaste, sos otro tipo. ¡¿Cómo carajo te sentís ahora, eh?!
- Quedate tranquilo que la profesora no es tu chica con gafas.
- ¿Cómo sabes?- le pregunté con una sonrisa de oreja a oreja.
- Porque me comentó que estuvo las últimas dos semanas afuera. Que llegó ayer de un viaje. Me parece que tu “novia” es una de las alumnas.
- ¿Por?
- Porque me presentó a todo el grupo y me dijo que faltaba alguien. Y te lo cito textual: “ahora ya conocés a todos, solo te falta Pilar, la rara del grupo. Hoy no pudo venir así que te perdiste el privilegio de conocerla”.
- ¿La más rara? ¿Y por qué creés que es ella?
- Porque hice la misma pregunta que vos y me señalaron una foto grupal que estaba en la pared… Y te imaginarás que a esta altura ya tengo una idea clara de las minas que te gustan.
- Increíble, muy buena noche…
- Igual te aclaro que vuelvo. El martes tengo mi próxima clase.
- ¿Queeeé?
- La mina me encanta y es una zarpada enseñando. Te dejo que
sigo derecho para casa.

Seguí caminando solo pero feliz. El misterio seguía pero ya tenía un nombre. Y encima tenía a mi mejor amigo de cómplice. Me perturbaba un poco creer que podía complicarle un poco la vida, pero por otro lado no había hecho nada con mala intención.

En fin, entré a casa con todas las ganas de soñar despierto hasta que se me cierren los ojos, pero cometí el error de encender la compu primero. Y ahí estaba, el sopapo más duro para recordarme que la vida no solo se compone de cuentos para irse a dormir…

martes, 12 de abril de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - IV -

Aturdido por lo que pasó, los tres días siguientes pasaron inadvertidos. La conversación con Flor fue dura. Dijimos cosas de las que no se vuelve. Supongo que hacía falta, no podíamos seguir detenidos de esa manera.

Dudé en ir al taller. Obviamente, el entusiasmo mermó después de aquella conversación telefónica. Quería huir y, aunque no siempre es malo, no podía. La mujer con gafas no me dejaba. Molestaba en mi cabeza.

Es nadie, ya lo sé. Pero para mí, en ese momento, lo representaba todo. El jueves me junté a comer con Martin y, conociendo su reacción a mis fantasías, no me daban ganas de contarle nada. ¿Qué le iba a decir? ¿“Me enamoré de otro fantasma”? ¿Que estoy dejando ir a alguien por falta de algo inexplicable? Sembraste una duda Flor. Y eso es lo que mejor hiciste.

- ¡Viniste! Pensé que saltabas este domingo.
- Casi. Maté un libro en mi lugar y al entierro fuimos una misteriosa mujer de anteojos enormes y yo.
- Y te enamoraste…
- Un poco. Era obvio, ¿no?
- ¿Cuándo aprenderás a disfrutar de las cosas simples? Tal vez, si lograras canalizar tu libido hacia alguna actividad le exigirías otras cuestiones a tus relaciones afectivas. Pifiás cuando crees que una sola persona puede cubrir toda tu necesidad de adrenalina. Si balancearas tu vida de alguna manera, lo único que te haría falta de una mujer es un gran aporte de paz.
- ¿Paz? ¿Me estás cargando?
- No Andre. Mirame a mí. A mí me gusta mucho lo que hago, me atrapa mi carrera, mi profesión. Si no tuviera a mi lado una mina que me quiere, que me apoya, que está ahí siempre, no podría desempeñarme bien en mi carrera. Necesito esa estabilidad. Por eso, Sofía, es vital en mi vida.
- ¡Pero no la amás!
- Sí la amo. Pero no con esa pasión que tenés vos que parece desmerecer otras formas de amor. No todos funcionamos así. Lo que vos no te das cuenta, es que la pasión que buscás en una mina también representa tu falta de pasión para otras cosas. Estás vacío. Por eso, cuando asoma la mujer que reúne las cosas que te atraen, desbordás de felicidad. Partís desde más abajo.
- Tal vez. Pero los gustos no se eligen. Y sabés que he hecho de todo en la vida.
- Pero de todo también te aburriste. Como te aburrís de las minas al conquistarlas. Algunas personas se enamoran de un deporte, de una mascota, del dinero, de muchas cosas. Vos no te enamorás de nada. Nada te atrae mucho tiempo, no lo degustás. No encontrás la riqueza, la evolución de las cosas con el tiempo. Y con las mujeres, no haces excepción.
- Ya discutimos esto Martín, uno tiene que pensar como retener al otro, no a uno mismo. Si las minas con las que salgo no saben cómo manejarme, ¿qué querés que haga? No entiendo cómo hacés para morir por una mina absolutamente incondicional a vos. ¿Qué es lo que te atrae tanto de alguien que está siempre presente, aunque no le prestes atención?
- Ya te dije, la incondicionalidad regala completitud. Una ficción que nos gusta comprar a los narcisistas. Es lo que necesitamos para atender otras inquietudes. Para estar en orden, balanceados. ¿No te acordás el comentario que te puso La en aquel ensayo? ¿Eso del amo y el esclavo? ¿Dónde el esclavo no se da cuenta que es él el que pone al amo en un lugar privilegiado? Si lo entendiera, podría maniobrar de otra forma. El poder en realidad es del esclavo, o sea, del que acciona. Por eso, nosotros los “amos”, somos fieles a nuestros esclavos.
- …
- Y si no hacé como hace la mayoría de los casados que funcionan… Hombres que se excitan con hacer más y más guita y las mujeres con sus hijos. La transferencia de libido en esos matrimonios se da para ambos. Por eso dura. ¿Si no qué te queda? Seguir buscando pareja reproductiva como macho activo y mantenerte todo el tiempo al palo.
- Estoy al horno, básicamente.

- Depende de vos Andre. ¿Florencia? ¿Ya fue?
- Lo estoy pensando, aún no me decido. Tampoco sé cómo darle una oportunidad a una persona cuando no me siento del todo enamorado.
- ¡Dale tiempo, boludo!, lo tuyo es casi instantáneo.
- Pero con Florencia ya pasó más de un año.
- ¡Dale Andrés!, nunca te abriste con ella. Siempre la tuviste ahí, controlada. Lo tuyo es al principio. Lo cerrás antes de comenzar prácticamente. Como si el otro no importara. ¿Cuánto podés saber de una persona en un par de diálogos?
- ¡Lo más importante! En un par de diálogos lo que descubro es su potencial. Cuánto podrá elevarme. Las primeras impresiones en una conquista son determinantes. Me permiten proyectar en mi mundo de fantasía todo lo que podré compartir de mi vida con ella. Porque al final soy una persona que necesita dar, es mi cualidad vital, lo que me da vida. Tengo toda esta cosa adentro que quiero sacar, que me mantiene… No sé, simplemente me gusta estar así, pendiente. Pensar un email, pensar... Buscar en mí o ir por la calle mirando… como indagando algo para compartir con el otro. Así estoy constituido, ¿sabés? Voy con mi valijita, andando por ahí, te nutro, te enquilombo la vida… me presento con lo que soy y lo que tengo, dispuesto a entregarlo todo.
- ¿Así nomás? ¿A cualquiera que lo ande necesitando?
- No, a cualquiera que me guste y lo ande necesitando. Así como vos te abrís a cualquiera que te ande buscando, ¡salame! Pero sí, definitivamente tiene que necesitarme. Tiene que ser frágil. Hasta algo insegura. No sé si de sí misma, sino del amor. Mi opuesto complementario. Tiene que buscar refugio cuando no se sienta querida. Y aunque la quieras, que te crea pero no por mucho tiempo. Cosa que mañana, me permita volver a conquistarla. Algo así como sos vos.
- ¿Como yo?
- Obvio, ¿no es acaso lo que necesitás? Es lo que me acabás de describir. Sos frágil, necesitás paz porque no la encontrás solo. En cambio, yo me aburro solo. Al final, me querés cambiar, convertir en alguien más parecido a vos, y sin embargo, cuando una mina te gusta, necesitás que sea igual a mí. ¿Cuántas veces te he dicho que tal mina está al horno y vos seguís dudando? Nunca le terminaste de creer a tus minas que realmente estaban enamoradas de vos. Necesitabas una reconfirmación casi diaria, se podría decir. ¿O no?
- Puede ser.
- Esa duda que le transmitís a Sofía es la que la mantiene viva, en movimiento. Lo que la estimula a seguir conquistándote. Martín, tu mejor estrategia con una mina no tiene que ver con tu acto consciente de volverte inaccesible, sino con tu inseguridad excesiva a dar cualquier paso. Mejor menos que más. Hiciste estrategia de un acto natural. Te diste cuenta que funciona y ganaste confianza, nada más.
- Si hay algo de lo que estoy seguro, es que cuando una mujer realmente llega a conocerme me pone en este lugar… como si jamás hubiera sentido las cosas que siente por mí. Sucedió con todas las que realmente se tomaron el tiempo.
- ¡Ves! Y eso es lo que disfrutás, ocupar ese lugar que asumís inocupable con cada nueva persona que te has cruzado. Planteás un juego donde vos ponés distancia y el otro se te acerca. Y a medida que avanza lo volvés a alejar, como si siempre hubiera una capa más por descubrir. Actuás interesante pero en realidad estás incómodo. No estás seguro de atraer. Tu distancia no es más que un acto defensivo. Y aunque tu amigo lo vea como una idiotez, cuando este acto se me presenta en la mujer que me gusta, es absolutamente irresistible. ¿Cómo no me comprendés?
- ¿Y Florencia no tiene todo esto?
- Lo tuvo, hasta que se volvió incondicional. Cambió incorrectamente. No sé qué sucedió realmente, pero de ser una mina como vos, se convirtió en alguien que ya no necesita de mí. Haga o no haga, me adora. Nadie que realmente necesita algo se queda sin recibir nada a cambio. Y como te dije al principio, si no estoy en movimiento, me termino aburriendo. Yo era el esclavo, no sé qué mierda le pasa a las minas. Quédense dónde estaban cuando las conocí. No estoy intranquilo, este es mi hábitat, la persecución. No quiero que me regales nada, dejá que me lo siga ganando y me conservarás para siempre.
- O sea que al final, tu ecuación no implica otra cosa que frustrado o aburrido.
- Preguntátelo vos. ¿Funciona con Sofía? Evidentemente si, por algo sigue ahí hace mucho tiempo.
- Hagamos una cosa, vamos a buscar a la mina esta con gafas que le explico de antemano cómo tiene que hacer con vos. ¿O preferís que la llame a Flor?

Fue divertido. Aportó. Y al final lo convencí de que me acompañe hasta el taller de arte. Estábamos en el Oldest, ahí en Elcano al 3400, como siempre. A tan solo unas pocas cuadras de la posible dirección. Tampoco era muy tarde porque comimos temprano. No perdíamos nada con extender unos minutos la vuelta a casa. Andá a saber, capaz nos encontrábamos con alguien…

martes, 29 de marzo de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - III -

Los primeros cinco minutos de conversación no los registré. Tal vez porque gran parte del tiempo estuvimos callados o evitando lo que debía suceder. Pero una vez agotado el diálogo casual, me dijo:

- Andre, quiero pedirte perdón. No supe aprovechar mi oportunidad y estoy arrepentida. ¿Creés que exista otra chance para nosotros?
- Me sorprendés. A lo largo de nuestra historia siempre escuché acusaciones por cobarde y otras por el estilo. No hice más que defenderme y resulta que ahora ¿la culpable sos vos? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
- No te confundas, no dejé de pensar que sos un cagón. Que no te sabes jugar por lo que querés. Que mientras todo se mantiene en el plano de la conquista sos el tipo más feliz, carismático y ganador pero un día tus sentimientos se comprometen y el empuje desaparece. Te inmovilizás. Como si los motivos que te hicieron acercarte a mí hubieran desaparecido. Yo siempre fui la misma persona Andrés. Eso significa que seguramente me idealizaste como hacen todos los idiotas superficiales de los que no te podés diferenciar. Tenés una gran dificultad para relacionarte cuando la relación pesa un poco más que un par de horas de nostalgia. ¿Te acordás cuando me querías convencer para que te de una oportunidad? ¿Que te referías a mi distancia como una protección imparcial y contra todos? Te equivocabas, la realidad es que mi defensa no era para todos, era para tipos como vos. Tipos que parecen en movimiento pero que si te dedicás a estudiarlos un poco más, te das cuenta que hace años que están siempre en el mismo lugar.
- ¿Ves? Otra vez me estás atacando. ¿Para esto llamaste? ¿Y el perdón del que me hablabas?
- Dejá de hacerte la víctima cagón. Ambos somos culpables.
- ¿Ah sí? A ver…
- Mi error fue actuar a favor de tu miedo. Me paralizó. Me sentí en un terreno desconocido. Donde mi compañero, que no paró de insistirme para que jugara y arriesgara, de repente soltó mi mano y me quedé sola. Y en lugar de recordar los motivos por los que decidí entrar a jugar con vos, no tomé responsabilidad por mi decisión y pretendí volver para atrás. Ese acto lo único que demuestra es que yo no hubiera hecho todo lo que hice sin tu insistencia. Y la verdad es que eso, además de falso, es patético. Yo quería estar con vos, lo supe al poco tiempo. Pero no me animé a avanzar. Esperé a que vos presionaras. Necesitaba seguridad, casi caprichosamente. Los motivos ya eran evidentes y me concentré en los detalles accesorios que no garantizaban nada. Quería que insistieras. Sentía, ingenuamente, como todas las mujeres, que solo así me revelarías lo que significo para vos.
- Es verdad y además….
- Te pido que me dejes hablar. Es importante que me escuches. Lo que tendría que haber hecho es lo mismo que hiciste vos, pero de verdad. Buscarte, convencerte. Encontrar un modo femenino para que no retrocedieras. Haciendo lo mismo que hacías vos por mí: alegrando mi día. Sumando.
- ¡Claro!
- ¡Callate idiota! Y escuchá de una vez. Es fácil entender que esa es la respuesta, lo difícil es llevarlo adelante cuando estás enamorada. Vos jugabas conmigo y con otras minitas a la vez. Te chupaba un huevo, en ese entonces, era una conquista, algo que si se daba bien y si no, también. ¿Quién no tiene gracia y elocuencia en un momento así? Difícil es tratar de sumarle al otro sabiendo que si sale mal te llenás de dolor. Es como hacer un espectáculo de bufón mientras te apuntan con un arma a la cabeza. Algo que nunca en tu puta vida seguro intentaste. Pero no importa, como te dije no te llamé para culparte. Al final, yo tampoco pude hacer todo lo que pretendía que vos hicieras. No me entregué, solo especulé. Por eso te pido perdón. A nuestra relación le faltó, al menos, un hombre. Un valiente que supiera conducirla de inicio a fin. Y no puedo pretender que des algo que yo no estuve dispuesta a dar. Te agredí sin inspeccionarme. Tengo razón en todo lo que te dije pero debería haber sido un castigo para ambos y no solo para vos.

Nos quedamos en silencio de nuevo. No sabía bien qué decirle. O sí sabía, pero sentía que sería demasiado doloroso. De todas formas, traté de animarme, se merecía la verdad después de semejante exposición.

- Flor, estoy de acuerdo con lo que decís. Y podría pasarme media hora dándote diferentes explicaciones de cosas que dejaste de hacer y por las que me desencanté. Pero creo que eso sería poco honesto. La verdad es que no estoy enamorado, no se si alguna vez lo estuve. Algo falta que entre nosotros no sucede.
- Sos patético, la verdad. Andrés, ¿cuántas veces te enamoraste desde que cortaste con tu ex? Ninguna. Hace más de tres años que solo vivís enamorado de historias de fantasía o vivís historias reales e interesantes pero sin estarlo. Lo que inhibe tu enamoramiento es precisamente eso: que las historias sean reales, posibles. Voy a hacer lo que me enseñaste, ¿sabés?, te voy a silenciar como a un televisor y te voy a contar lo que deja ver la imagen: desde que me conociste, no te separaste de mi lado. Si te dejo de hablar, me buscás. Si estás triste o contento, te gusta compartir esos momentos conmigo. Invertís el mismo tiempo en cogerme que en contarme de tu vida. Si te digo que ayer me cogí a un flaco, hoy no podrías tocarme un pelo por los celos. Me llevaste a compartir las cosas que más te gustan de la vida... No sé Andrés, la verdad es que si miro a otras parejas enamoradas, leo un libro o miro una película, más allá del “te amo”, los involucrados se comportan igual que vos. Así que no me queda otra cosa que pensar que, adolescente como sos, no entendés la diferencia entre un amor de fantasía y un amor de verdad.

- ¿Sabés qué? Tenés razón. Voy a jugar en tu vereda. Estaba enamorado. Te vi y me encantaste y a medida que empecé a conocerte, mucho más. Me abrí con vos como nunca me abrí en este tiempo a nadie. Compartí más tiempo con vos que con mi familia. Te conté todo, nunca fui tan transparente y honesto. Hasta adoptamos un lenguaje propio. Era perfecto. ¿Y entonces? ¿Qué pasó?
- No se, ¡decime vos!
- ¿El cagón de Andrés dejó de moverse? ¿O la cagona de Florencia se dejó llevar pero nunca se dejó de cuidar? Flor, vos no me tenés que pedir perdón a mí. Vos solo tenés que pedirte perdón a vos misma. Por haber especulado, por actuar en función del otro y no en función de tus propias ideas y deseos. Por no terminar de decidir lo que querés y esperar a ver qué quiere el otro. Si sabés que lo que más te enamora es la entrega y la aparente incondicinalidad, ¿cómo no me la regalaste? Si me amabas o me amás ¿por que no hiciste todo lo que estaba a tu alcance? ¿Eh? ¿Por qué no estabas segura? Nadie está seguro. La diferencia es que, envueltos en esa inseguridad, otros actuamos igual. Asumimos que las cosas pueden ir mal, pero apostamos a que vayan bien. Porque la vida sin esa apuesta es una vida sin emociones.
- Estás loco…
- Ahora dejame hablar a mí. Estás tan acostumbrada a que mueran por vos, los superficiales que van tras tu aspecto y lo que hacés, que te olvidaste que detrás de tu pasividad hay un mundo de acciones que deben tener lugar para que las personas que van tras algo más se enamoren. Y tu poder de decisión es el responsable de todas esas acciones. Viviste una vida de decisiones basadas en escenarios de certidumbre. Y cuando te gustó alguien que por primera vez en la vida te conquistó sin regalar promesas, no sabés qué garcha hacer.
- …
- Y encima, te acomodaste a mi vida. En lugar de mandarme bien a cagar, te adaptás. Por eso nunca terminamos, porque nunca empezamos. Las relaciones se dan cuando hay límites para ambos, si el límite lo percibe uno solo, no hay relación. Por cómo me describís, aún me crees el mejor ser de este mundo. Y si así fuera, ese ser estaría a tu lado. Tenés que cambiar el lente con el que me mirás. No se si lo podés entender así, pero el amor tiene dos caras: la percepción, lo que el otro es y representa; y la recepción, lo que el otro da por nosotros. Ambas cosas tienen que estar en perfecta armonía. Si falla la primera es probable que nos sigan gustando otras personas, en cambio, si la que falla es la segunda seguramente vivamos sumidos en la tristeza. ¿Cómo te sentís?
- Triste.
- Hace tiempo que dejé de dar lo que di al principio y te quedaste igual. ¿Y sabés por qué te quedaste? Porque no diste lo que tenías que dar en su momento. Cuando uno se entrega, hace todo y lo mejor que puede. Y si no encuentra lo que busca, tira la toalla, abandona, pero en paz. Sabemos que no había nada más por hacer. Ahora, si no hicimos todo lo posible, aunque el otro ya no nos busque, lo pendiente, lo inconcluso, lo que podría haber sido, nos atormenta para siempre. Y perdura hasta que algún día te la juegues de verdad sin considerar lo que yo sienta. Absolutamente fiel a vos misma. ¿Te animás cagona? ¿Tenés el coraje para decirme lo que sentís? Esa es la única manera que, tal vez, me obligue a decidir.

Nos quedamos en silencio… no sé cómo se sentió ella, pero yo estaba arruinado. Me dolía todo. Fue un arranque emocional que nunca se detuvo. ¿Habrá servido de algo decir todo eso? ¿Qué importaba? Ya no quedan palabras por guardar. Luego de casi un minuto, le pregunté:

- ¿Estás ahí?
- Si, acá estoy.
- En fin, no se qué más decirte.
- Yo tampoco.
- Que descanses Flor…
- Adiós.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - II -

La pelea: en este rincón, la fantasía. En aquel, la realidad. Una historia que no es, que no empezó, tiene todas las de ganar frente a una historia en desarrollo. ¿Estoy evadiendo algo? ¿Cuándo voy a dejar de creer en hadas, duendes y olvidar a las princesas en problemas? Tan fácil se me quitan las ganas de llamarla, la angustia y la soledad. Basta con un pequeño gesto para que la imaginación se dispare y siga alimentando un vicio que me tiene atrapado hace más de tres años, que me priva de una caricia sincera y me aparta la posibilidad de integrar en serio a alguien en mi vida. Porque lo cierto es que nadie atraviesa el hall de entrada. Todo se abandona ahí, antes de abrir la segunda puerta.

Debería volver a tirar el libro, olvidarme de lo que sucedió esta noche y llamarla. ¡Ella es real y vale la pena! Debo hacer algo de eso que nunca hago sólo para ver qué sucede. Debería… Las emociones no me conducen por un camino de bienestar. Algo falla, no sé qué, pero estoy averiado.

Agarro el libro, forzándome a ignorar el señalador que brilla como si tuviera luz propia. Abro la ventana, la noche está desierta. Pienso en dejarlo caer pero no puedo. De nuevo este sentido de supervivencia. No puedo matar la fantasía y los sueños y todo lo que representan. ¿Cómo una extraña con gafas puede alterar el desenlace? Sé que se trata, en parte, de una excusa. Pero hay algo más. Y tiene que ver con racionalizar el valor de una historia del pasado. Revuelvo en mis recuerdos y me encuentro enamorado. Lo siento como si fuera hoy. Y si lo comparo con lo que pasó en estos años no puedo sentir más que esa ausencia. Creer que algo así no va a volver a pasarme es una idea falsa y peligrosa como aquello que sugiere que la vida se trata de disfrutar de lo que está cerca y al alcance. Lo posible. Nada lo que soy fue construido sobre lo posible.

Así pacto mi última oportunidad: iré detrás de la fantasía, una vez más. Me drogaré con sueños a modo de despedida, sabiendo todo lo que estoy dejando de lado al no llamarla. Y si en unos meses, tal vez más, tal vez menos, me encuentro mirando por esta ventana nuevamente, recordaré este momento y sabré lo que hacer.

Convencido, ahora sí, abrí el libro y leí el señalador. Tenía la publicidad gráfica de un taller de arte. De un lado el dibujo de una niña triste en blanco y negro. Del otro, una dirección, un teléfono y una página web. Fui a la computadora sin dudarlo. Es la profesora, pensé. Aunque nuestro desencuentro no me dio tiempo a nada, pude percibir en la misteriosa mujer con gafas un look artístico. No sé cuánto tiempo habré estado en Internet pero para cuando miré la hora eran casi las 2AM. No fueron las obras sino más bien las palabras lo que me retuvieron: “El artista es un investigador cuyo camino lo obliga a mirarse a sí mismo para indagar en la verdad de las cosas”. Por un momento, dejé de sentirme solo. ¿Podía encontrar ahí personas que sientan más de lo que comen, duermen o trabajan, personas que vivan los días de la semana todos del mismo modo porque no se necesitan descanso y hacen lo que verdaderamente disfrutan? ¿Acaso no va por ahí algo de la verdad de las cosas? Fue como un viaje. Un dato me llevó a otro, un link al siguiente, una frase a un pensador y así. Estaba cansado pero emocionado y ansioso. Y no descarté la posibilidad de acercarme al taller. Antes de apagar todo e irme a dormir, encontré la frase que me iluminó: “Quien busca la belleza en la verdad es un pensador, quien busca la verdad en la belleza, es un artista”. Algo de verdad en la belleza necesito. Y acercarme al lugar o a las personas que saben llevar esto adelante puede ser un buen punto de partida.

Por fin un pensamiento me traía algo de paz. Estaba cansado y con ganas de dormirme rápido pero no pude resistir ocupar esos últimos minutos en imaginar a mi mujer con gafas. ¿Será la dueña del taller?, ¿será una alumna? ¿o no tendrá nada que ver con esto? ¡Qué desilusión sería! El taller está cerca, no resta más que ir y tocar timbre.

Ya casi dormido, sucedió lo que no tenía que suceder. Sonó el teléfono. Temí que fuera ella y no quise atender. Sabía que podía tratarse de la última vez y por eso evadía el enfrentamiento. Caminé hacia el teléfono mientras pensaba pero dejó de sonar antes de lo usual. Raro, pensé. Si no es ella, ¿quién sería a esta hora? Nadie llama a mi teléfono fijo. Volví al dormitorio y sonó el celular. Se me hizo un nudo en el estómago. Era ella y, sin pensarlo más, decidí atender.

sábado, 12 de marzo de 2011

Nunca confíes en una mujer con gafas - I -

Me invadió la soledad. No es una conclusión apresurada. Es una sensación consolidada. Lo que ayer era compañía hoy no me contiene. Me encuentro solo en aquellos lugares en los que estuve acompañado.

Tengo ganas de llamarte, pero dudo qué decirte. ¿Tiene que ver con vos? ¿Tiene que ver conmigo? ¿Necesito que me abracen? ¿Quiero que me abraces? Ya se, no me lo vas a preguntar. Pero deberías, yo te lo exigiría.

Cada atardecer me está matando y el amanecer ya no compensa. ¿Qué hago? No sé cómo resistir estas horas que no avanzan. Los días son cada vez más largos. Amarías verme en este estado: quebrado, perdido. Un edificio de teorías que tambalea y deja ver por sus ventanas lo vulnerable que estoy.

¿Cómo llegué hasta acá? No puedo armar la historia. Los recuerdos que tengo no se juntan, no funcionan como indicios, no señalan una salida ni nada. ¿Qué pasó? Voy a la heladera. Vacía, como siempre. Abriría una botella de vino, pero me niego a consolarme con alcohol. Quiero sentirlo todo hasta que termine de una vez. Y encontrar una forma de hacer arte del dolor. Agarro el libro en la página que marca el señalador: “Se amoldaba a la perfección de mi mano. Como si hubiera sido hecha para mí. Ella apoyó la palma de su mano sobre mi corazón. Su tacto se fundió con mis latidos…Entonces no lo sabía. No sabía que era capaz de herir a alguien tan hondamente que jamás se repusiera. A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir”. ¡Qué libro de mierda!

Elijo otra página, esta vez al azar: “La soledad empezó a dolerme, el silencio a exasperarme”. Me levanto violentamente y abro la ventana. Miro veintitrés pisos hacia abajo buscando el vértigo que no aparece, que está ausente. Estoy tan inmerso en el dolor que la idea a caer es, de repente, persuasiva. Qué modo simple de concluir con las penas... ‘Crónica de una muerte anunciada’, pienso. Busco una lapicera y escribo en la última página: “Andrés Bénard: 18/07/1980 – 06/03/2011”. Con mi única sonrisa del día, dejo caer el libro en mi lugar.

Me quedé suspendido mirando hacia abajo pero no escuché ningún grito. ¿Cuántas veces estuve en esta ventana con la misma sensación? ¿Tantos años de lo mismo? ¿O será que este departamento tan alto me acerca una solución imposible de considerar en un segundo piso? Deberían prohibirle las alturas a los ciclotímicos. Es como acercarle un arma a alguien cada vez que está sufriendo. En una casa tradicional creo que la idea nunca hubiera llegado a mi mente. Por eso, me avergüenzo. Esa es la verdad. Solo estoy llamando mi propia atención. Me señalo y me describo patético. Patético por considerarlo y por considerarlo y no hacerlo.

Al cabo de un rato, volví en mí, me vestí con lo que encontré y bajé a buscar el libro. Cuando llegué a la vereda la vi sentada en el escalón de la casa de al lado. Había dejado su libro a un costado y hojeaba el mío con un lápiz en la mano. Llevaba gafas grandes. Su pelo no me permitía verla con claridad. Vestía con armonía y a colores y sonreía, como quien se acuerda de una anécdota con picardía. ¿Qué pasaje de ese condenado libro podría hacerla reír? Dudé en acercarme, había demasiada intimidad entre mi libro y ella. Es asombroso ver a alguien que invirtió tiempo en producirse de un modo excéntrico y atractivo y que luego ignora absolutamente los ojos que la buscan al pasar. Es como si un actor eligiera las mejores prendas del vestuario, saliera al escenario con toda su pompa y, una vez ahí, ignorara por completo la mirada del espectador. Como sea, la miré durante unos minutos y conmigo los hombres y mujeres que pasaban y ella nada. No sacaba sus ojos ni su atención de aquel libro, como buscando, cosa rara, privacidad en la vía pública.

- Lamento interrumpir. Ella levantó la vista sorprendida, su gesto se tornó serio y se incorporó abruptamente.
- ¿Es tuyo? Lo encontré en el piso. Perdón, tomá.

Extendió el libro con torpeza y le sonreí. ¿Quién es esta mina? Impaciente, tomó sus cosas y sin regalarme preguntas, se puso en marcha. Las palabras no me salieron pese a mis ganas de extender el diálogo. Me quedé inmóvil, un poco desconcertado y con el libro en la mano. Era hermosa pero no tuve la energía para seducirla.

Injustamente feliz por las consecuencias de mi falso suicidio, subo con el glorioso libro entre las manos al ascensor interminable. Descubro entonces, mientras paso las hojas, que la misteriosa mujer con gafas lo había subrayado: “Durante toda mi vida he tenido la impresión de que podía convertirme en una persona distinta. De que yéndome a otro lugar y empezando una vida nueva, iba a convertirme en otro hombre… Para mi representaba, en un sentido… reinventarme a mí mismo…Lo buscaba de verdad, seriamente, y creía que, si me esforzaba, podría conseguirlo algún día”.

Tuve una sensación en el pecho difícil de explicar. Paré el ascensor y volví a la vereda casi corriendo para buscarla. Quería entender la conexión. Quería darle un sentido a la casualidad. ¿Por qué señaló aquel párrafo? Una vez más, llegué tarde.

Pude, después sí, optar por la botella de vino. Noche de domingo y resucitado de la muerte, me tomé el tiempo de repasar lo sucedido. Tomé el libro con pocas esperanzas de encontrar algo más y así entender. Cerrado, observé su tapa, lo di vuelta, miré la contratapa... como buscando en la ignorancia. ¿Qué estás haciendo boludo? ¡No vas a encontrar nada! Despectivamente lo tiré sobre la mesa y me levanté. Me serví otra copa de vino y di una vuelta sobre mi mismo desconcertado. Miré por última vez a modo de despedida y algo llamó mi atención. Entre sus hojas escapaba un señalador que no era mio.

lunes, 21 de febrero de 2011

Enamorado de mi mismo

En mi afán de generalizar a las personas, he llegado a una nueva categorización muy a mi fiel estilo blanco / negro. Buscaba una teoría que explique por qué algunas personas tienen la capacidad de enamorarse casi de cualquier mortal mientras que otras parecieran absorbidas por un hechizo eterno hacia uno o dos seres a lo largo de toda su vida y me encontré con algo mucho más revelador.

Según la apreciación que tenemos sobre nosotros mismos en relación a la observación de los demás, se desarrollan dos tipos de comportamientos diferentes: narcisos o egocéntricos.

No es tarea fácil explicar dos términos tan bien utilizados en psicología, dónde pareciera que no queda lugar para agregar valor adicional. Sin embargo, inicialmente interpretando y luego investigando, me animo a plasmar en este espacio una nueva hipótesis luego de varios meses de ausencia.

Empecemos por algunas definiciones simples. Básicamente el narcisista es una persona enamorada de sí mismo. Mientras que el egocéntrico, o el egocentrismo, es la característica que define a una persona que cree que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás.

De una lectura rápida pareciera que estamos hablando de lo mismo, sin embargo, las manifestaciones son totalmente opuestas. Igualmente, vale aclarar que tanto el narcisismo como el egocentrismo son mecanismos de defensa inherentes al ser humano. Buscan defenderme a mí en relación a los demás.

Entonces, ¿cómo podemos identificarlos? La mejor forma de diferenciar un narciso de un egocéntrico es a través de la identificación de los ídolos. Las personas narcisistas tienen referentes de apariencia, modelos a los que pretenden acercarse o de los que pretenden alejarse. En cambio para los egocéntricos, el único ídolo son ellos mismos.

Es importante entender que no hablo de ídolos del deporte, de una profesión, misión o argumentación. Hablo de ídolos de imagen, de apariencia. Y, ¿cuál sería la diferencia? Simple, el primero surge de la admiración como persona o individuo, en cambio, el segundo, de la admiración sobre el sex-appeal o atractivo sexual que genera.

Expuesta esta diferencia, puedo concluir que un narciso no está enamorado de sí mismo, sino que en realidad está enamorado de un estereotipo al que busca a acercarse. Este estereotipo se elige inconscientemente y según el grado de atracción que provoca. ‘Me amo siempre y cuando esté alineado con lo que apruebo como atractivo’. Y no solo estará enamorado de si mismo sino de cualquier otra persona alineada (en apariencia) a este ideal.

Expuesto el primer comportamiento, le llega el turno al egocéntrico. Este pareciera ser una persona mucho más segura de sí misma. En lugar de tener en cuenta modelos o roles a seguir, define el propio como el único estilo o modo aceptable. Todo lo que hace, es para él o ella misma.

A diferencia del narcisista, los halagos a un egocéntrico le resbalan. Él no necesita aprobación, al contrario, ‘¿no es obvio que “yo” soy el mejor?’. Es por eso que tampoco se enamoran de sus fanáticos. Además, algunos pueden estar llenos de amigos pero otros absolutamente solos. El foco está puesto en ellos mismos, por lo que las relaciones que tengan se darán más que nada como consecuencia casual del tipo de personalidad más o menos empática que hayan desarrollado.

Lo que verdaderamente esconde un egocéntrico es que su actitud o compartimiento no es más que otro acto de defensa con un camuflaje más sofisticado. Estas personas evidencian los roles y modelos más atractivos pero optaron por abandonar la carrera inalcanzable de imitarlos.

Como no hay perfección, o por lo menos no es posible observarla en nosotros mismos, la estrategia de defensa de los egocéntricos es la de juzgar todo aquello que sea diferente a ellos. El bien y el mal están delimitados por su forma de vivir y seguir la vida. De esta forma, aseguran ubicarse en una zona de confort dónde no hay necesidad de movimientos y cambios por presión de los agentes externos como la cultura, la moda, los amigos, el entorno social, etc.

Los egocéntricos no se gustan, o al menos no están contentos con ellos mismos esa es la verdad. Saben que son y serán imperfectos. Por eso que los halagos no funcionan. Están halagando algo para que ellos está mal o equivocado. Aprendieron a aceptarse porque es la forma de sobrevivir y no ubicarse en un ideal.

En definitiva, en una vida social, la apariencia son los primeros datos descriptivos de nosotros mismos que ponemos al alcance del resto. Nadie escapa a este fenómeno. Y dado que además provoca estímulos fuera de nuestro control, nos defendemos a través del desarrollo de los definidos comportamientos.

Volviendo al origen del texto, ahora es más sencillo entender porque algunas personas se enamoran con mayor facilidad que otras. Porque para un narciso cualquier halago es bienvenido como un flechazo de Cupido. Son dos personas interesadas en la misma. Y cuanto mejor el halago, ¡más de acuerdo estamos!

En cambio para el egocéntrico el amor es más complejo. Los halagos son aburridos porque no describen la realidad. Lo único que verdaderamente les puede hacer efecto, es el complemento y contraste que le hace un verdadero narciso, cuando disfruta sin piedad su imagen ante un espejo.

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