lunes, 21 de febrero de 2011

Enamorado de mi mismo

En mi afán de generalizar a las personas, he llegado a una nueva categorización muy a mi fiel estilo blanco / negro. Buscaba una teoría que explique por qué algunas personas tienen la capacidad de enamorarse casi de cualquier mortal mientras que otras parecieran absorbidas por un hechizo eterno hacia uno o dos seres a lo largo de toda su vida y me encontré con algo mucho más revelador.

Según la apreciación que tenemos sobre nosotros mismos en relación a la observación de los demás, se desarrollan dos tipos de comportamientos diferentes: narcisos o egocéntricos.

No es tarea fácil explicar dos términos tan bien utilizados en psicología, dónde pareciera que no queda lugar para agregar valor adicional. Sin embargo, inicialmente interpretando y luego investigando, me animo a plasmar en este espacio una nueva hipótesis luego de varios meses de ausencia.

Empecemos por algunas definiciones simples. Básicamente el narcisista es una persona enamorada de sí mismo. Mientras que el egocéntrico, o el egocentrismo, es la característica que define a una persona que cree que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás.

De una lectura rápida pareciera que estamos hablando de lo mismo, sin embargo, las manifestaciones son totalmente opuestas. Igualmente, vale aclarar que tanto el narcisismo como el egocentrismo son mecanismos de defensa inherentes al ser humano. Buscan defenderme a mí en relación a los demás.

Entonces, ¿cómo podemos identificarlos? La mejor forma de diferenciar un narciso de un egocéntrico es a través de la identificación de los ídolos. Las personas narcisistas tienen referentes de apariencia, modelos a los que pretenden acercarse o de los que pretenden alejarse. En cambio para los egocéntricos, el único ídolo son ellos mismos.

Es importante entender que no hablo de ídolos del deporte, de una profesión, misión o argumentación. Hablo de ídolos de imagen, de apariencia. Y, ¿cuál sería la diferencia? Simple, el primero surge de la admiración como persona o individuo, en cambio, el segundo, de la admiración sobre el sex-appeal o atractivo sexual que genera.

Expuesta esta diferencia, puedo concluir que un narciso no está enamorado de sí mismo, sino que en realidad está enamorado de un estereotipo al que busca a acercarse. Este estereotipo se elige inconscientemente y según el grado de atracción que provoca. ‘Me amo siempre y cuando esté alineado con lo que apruebo como atractivo’. Y no solo estará enamorado de si mismo sino de cualquier otra persona alineada (en apariencia) a este ideal.

Expuesto el primer comportamiento, le llega el turno al egocéntrico. Este pareciera ser una persona mucho más segura de sí misma. En lugar de tener en cuenta modelos o roles a seguir, define el propio como el único estilo o modo aceptable. Todo lo que hace, es para él o ella misma.

A diferencia del narcisista, los halagos a un egocéntrico le resbalan. Él no necesita aprobación, al contrario, ‘¿no es obvio que “yo” soy el mejor?’. Es por eso que tampoco se enamoran de sus fanáticos. Además, algunos pueden estar llenos de amigos pero otros absolutamente solos. El foco está puesto en ellos mismos, por lo que las relaciones que tengan se darán más que nada como consecuencia casual del tipo de personalidad más o menos empática que hayan desarrollado.

Lo que verdaderamente esconde un egocéntrico es que su actitud o compartimiento no es más que otro acto de defensa con un camuflaje más sofisticado. Estas personas evidencian los roles y modelos más atractivos pero optaron por abandonar la carrera inalcanzable de imitarlos.

Como no hay perfección, o por lo menos no es posible observarla en nosotros mismos, la estrategia de defensa de los egocéntricos es la de juzgar todo aquello que sea diferente a ellos. El bien y el mal están delimitados por su forma de vivir y seguir la vida. De esta forma, aseguran ubicarse en una zona de confort dónde no hay necesidad de movimientos y cambios por presión de los agentes externos como la cultura, la moda, los amigos, el entorno social, etc.

Los egocéntricos no se gustan, o al menos no están contentos con ellos mismos esa es la verdad. Saben que son y serán imperfectos. Por eso que los halagos no funcionan. Están halagando algo para que ellos está mal o equivocado. Aprendieron a aceptarse porque es la forma de sobrevivir y no ubicarse en un ideal.

En definitiva, en una vida social, la apariencia son los primeros datos descriptivos de nosotros mismos que ponemos al alcance del resto. Nadie escapa a este fenómeno. Y dado que además provoca estímulos fuera de nuestro control, nos defendemos a través del desarrollo de los definidos comportamientos.

Volviendo al origen del texto, ahora es más sencillo entender porque algunas personas se enamoran con mayor facilidad que otras. Porque para un narciso cualquier halago es bienvenido como un flechazo de Cupido. Son dos personas interesadas en la misma. Y cuanto mejor el halago, ¡más de acuerdo estamos!

En cambio para el egocéntrico el amor es más complejo. Los halagos son aburridos porque no describen la realidad. Lo único que verdaderamente les puede hacer efecto, es el complemento y contraste que le hace un verdadero narciso, cuando disfruta sin piedad su imagen ante un espejo.

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