sábado, 16 de febrero de 2008

La Familia del Siglo XXI

“Conozco a centenares de maridos que volverían felices al hogar si no hubiera una esposa que les esperara. Quiten a las esposas del matrimonio y no habrá ningún divorcio.” Groucho Marx

A comienzos del siglo XX aún persistía un imaginario de trabajo cuya génesis la encontramos en la edad media: el trabajo era denigrante, propio de los esclavos y no de la “gente de bien”. Trabajar era vivido con vergüenza y aquellos que lo hacía procuraban ocultarlo. Este imaginario se ha ido actualizando a lo largo del siglo, hasta hoy donde la concepción hegemónica del trabajo es aquella que lo entiende como un privilegio. Hoy “el trabajo dignifica”. Esta evolución (o involución) de la concepción del trabajo oficia de muestra de cómo los imaginarios de una sociedad van mutando a lo largo del tiempo en función de las necesidades de los individuos y del contexto social, entre otras cosas.

Asimismo, se puede afirmar que la familia en la actualidad no es la misma familia que la de nuestros abuelos o la de nuestros padres. Pero en el imaginario de familia, no se han dado esas necesarias actualizaciones. No hay estado social que no tenga costumbres y, por lo tanto, convenciones mentirosas o ideas falsas. Las nociones de padre, madre e hijo deberían ser re-pensadas en función de que sean coherentes con un contexto social que no es el mismo que hace 50 años. Podemos hacernos las siguientes preguntas para guiar nuestro pensamiento hacia una nueva idea de familia: ¿por qué tratamos de plantear una relación como hace 50 años planteaban nuestros abuelos cuando las condiciones hoy son totalmente distintas? ¿Por qué pensamos que si no tenemos una familia como la tenían nuestros abuelos no seremos felices? ¿Por qué cada vez más y más parejas se separan? ¿Por qué hay que “pelear” por el matrimonio? ¿Cual es el sentido de hacerlo? ¿Por qué se confunde tanto el rol de padre o de madre con el rol de pareja?

La primera reflexión que se me ocurre es que no creo que las parejas que se separaron o se divorciaron, lo hayan hecho porque ya no creían en la familia como núcleo constitutivo de la socialización y de la vida en comunidad. Tampoco creo que se hayan equivocado en su elección (las relaciones no se evalúan según su tiempo de duración, sino por el valor de lo vivido día a día, dure cuanto dure). Pero sí tengo la impresión de que a nuestros abuelos les resultaba más sencillo llevar adelante una relación hasta hacerla eterna. Con el correr de los años y de las generaciones esto ha ido costando cada vez más. Gran cantidad de cosas que toleraron nuestros abuelos para conciliar toda una vida al lado de alguien, hoy día serían motivos más que suficientes para que la relación se termine. Sin dudas el contexto es uno de los grandes causantes de estos cambios. Pensemos, por ejemplo que la mujer hace cincuenta años, que recién se insertaba en la vida política y laboral, aun era mal vista si se separaba. Una mujer casada no tenía tanto contacto con el sexo masculino como hoy en día. Se dedicaba a la casa, a los hijos, no estaba todo el día trabajando, estudiando, yendo al gimnasio, etc. Existía en ellas temor a la soledad, a perder el hogar y el hombre que la mantenga, temor propio de alguien que no tiene contacto más que con pocos hombres. La iglesia era, más que hoy, regente de la moral y se oponía fervientemente a la ruptura del matrimonio (el divorcio recién fue permitido por ley en 1987). Las religiones, en general, han sido las causas principales de mantener a hombres y mujeres en un muy bajo nivel, conservando mucho de lo que estaba destinado a perecer. Nuestras abuelas, en ocasiones, debían soportar un engaño con tal de no separarse con los perjuicios que esta condición acarreaba. Ellas eran más “las luchadoras del matrimonio” porque tenían en sus mentes el ideal de la familia tradicional, por delante de muchas otras cosas.

Qué ridículo resulta esto en la actualidad: hoy parecen ser cada vez más los que se divorcian y cada vez menos los que se casan. No hay que creer ciegamente en las estadísticas, pero tampoco hay que creer que uno está exento de que estas cosas le pasen. Esta omnipotencia es peligrosa en tanto niega una realidad que cada vez da más muestras de la imposibilidad de sostener un matrimonio tradicional.

La progresiva participación de la mujer en la vida pública amplió la gama de oportunidades y su vínculo con los hombres en distintos ámbitos. Pensemos, ¿cuántas de nuestras abuelas trabajaron?; ¿cuántas de nuestras madres trabajan?; ¿Cuántas de nuestras parejas trabajan?, y así nos daremos cuenta de la dimensión de los cambios.

Es una cara propia del egoísmo de ser hijo que nos encante que nuestros padres estén juntos, “a pesar de todo”. Incluso fingiendo un estado de cosas con tal de verlos juntos, en vez de procurar que sean felices, tal vez, por separado. Esta creencia en que hay que luchar por el amor, sacrificarse por el matrimonio “a pesar de todo” es la que heredamos de una sociedad que ya no somos. Entonces, hay que plantearse la verdadera necesidad de tolerar hasta el cansancio a una pareja, “por el bien de los chicos” o por lo que sea, hasta que la situación no da para más y explota todo por los aires. Porque cuando el vaso rebalsa la relación termina en malos términos. En definitiva lo que un padre busca es dar el mejor ejemplo posible para que los hijos puedan desenvolverse de la mejor manera. ¿Es acaso un buen ejemplo tolerar o fingir un sentimiento?
Es parte de este legado el que provoca infelicidad. Que lleguen los “treinta y pico” y no tener una pareja con quien asentarse y tener hijos. Que con la separación todo pierde sentido. Para nuestras abuelas y abuelos, tal vez, sí perdía sentido la vida. Pero hoy la vida ofrece otros rumbos. Siempre es mejor prevenir que curar y, en este caso, prevenir no significa no casarse. Pero sí significa reconocer que existen otras alternativas por las que se puede optar y que dan lugar a la felicidad, sólo que a través de otros caminos que los que recorrieron nuestros abuelos o nuestros padres.

Una alternativa, para tener nuestros hijos, es empezar a buscar en nuestra pareja un buen padre o una buena madre, indistintamente de si creemos o no que la pareja perdure en el tiempo. Encontrar alguien que nos de la tranquilidad que da saber que, si el día de mañana nuestros caminos se separan, seguirá de todas maneras junto a uno para procurar el cuidado, la educación y el afecto que todo niño necesita. Si llegado el caso de que alguno de los dos empezara a sentirse incómodo con la relación, la separación debe ser planteada con mayor adultez, en buenos términos, en el momento oportuno, para que ambos no dejen de tener un excelente vínculo y que no se deteriore la relación con el hijo. Padres que compartan la vida con los hijos sin la necesidad de vivir juntos o de ser pareja. Lo que lastima a los hijos no es que sus padres dejen de ser pareja. Lo que los lastima es que, porque dejen de ser pareja, dejen también de ser padres. Lastima que cuando llegan las épocas festivas haya que elegir entre dos personas que amamos, en lugar de cenar todos juntos. ¿Acaso eso no es posible por más que no sean pareja?

La vanguardia en este asunto de pensar un nuevo modelo de familia, son las madres solteras. Buscan en una pareja (además de alguien a quien amar) un buen padre. El hecho de que no hayan pensado en esto antes de la concepción, hace pensar que hicieron de la necesidad virtud. Como sea, con su experiencia, al menos plantean implícitamente una posibilidad de cambiar que debemos hacer explícita.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Queria felicitarte por todos tus ensayos. Me encanta tu forma de percibir las relaciones humanas y la facilidad que tenes para expresarlas.

Stella y Nadia .

Ale dijo...

Muchas Gracias!

Anónimo dijo...

Tus textos son una basura. Partiendo de la base que son todas ideas de diferentes libros de psicología.
Hablas sobre cosas que no podes entender. Acaso formaste una familia propia como para saber que se siente y tener una base sustentable de lo que se siente perderla.
Seguramente todo lo contrario flaco.

Ale dijo...

Lamento que mis percepciones hayan herido susceptibilidades.

Igualmente algunas aclaraciones:

A- Si parte de mi análisis es basura, porque podemos encontrarlo en textos de psicología?

B- Cómo realmente podes saber que experiencia personal he tenido yo? De saberlo, es porque evidentemente me conoces. Entonces por qué firmar anónimamente?

Igualmente, gracias por leer el blog.

Jorge dijo...

Excelentes ensayos.
Muy llevadera la forma de escribirlos
No cansa. Interesa.
Muy bueno y muy útil para conservar y consultar en ocasiones.

Jorge

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